Lealtad incondicional
“En ese día se dirá: ‘Este es nuestro Dios, en él confiamos y él nos salvó. Alegrémonos, gocémonos, él nos ha salvado’ ” (Isaías 25:9, DHH).
Durante la Primera Guerra Mundial, dos hermanos fueron juntos a luchar en el ejército francés contra Alemania. En medio del fragor de la batalla, uno de los hermanos fue abatido y quedó tendido en el campo de batalla. El escuadrón siguió avanzando hasta que se hizo de noche.
En ese momento, el soldado vivo pidió a su general que le permitiese volver al campo de batalla a buscar a su hermano. Para el general no tenía sentido volver por alguien muerto. ¿Qué ganaría con eso? No valía la pena arriesgar la vida. Pero ante la insistencia del soldado, le dio permiso de ir a buscarlo. Horas después, regresó cargando en sus hombros a su hermano muerto. Cuando lo vio venir, el general sacudió la cabeza y dijo:
–Esto que hiciste no tiene sentido. Arriesgar tu vida por nada…
–No es verdad, señor –contestó el soldado–. Cuando llegué al campo de batalla mi hermano todavía estaba vivo. Con las pocas fuerzas que le quedaban, me dijo: “Sabía que vendrías. Sabía que no me dejarías morir aquí”. ¡Para mí lo valió todo!
¡Qué ejemplo de lealtad! Eso me recuerda una historia en la que tú y yo estamos involucrados. Hace casi 6.000 años, a Adán le tocó perder contra Satanás. Perdió el derecho al árbol de la vida, la paz que tenía, su hermoso jardín del Edén, y hasta casi perdió las esperanzas de volver a recuperar todo aquello, si no fuera porque Dios entró en acción y le prometió enviar un Salvador, su propio Hijo Jesús, para rescatarlo a él y toda su descendencia. Dios no tenía por qué hacerlo. Así como el general, podría haber pensado que salvarnos no valía la pena. Pero Jesús volvería a recuperar lo que se había perdido y todo volvería a ser como antes.
Y de allí en adelante, todo salió según lo prometido. Jesús vino al mundo, pagó con su vida el precio de nuestros pecados, recuperó el dominio de este mundo y ahora solo falta que nos venga a buscar. Su lealtad no ha faltado nunca para con nosotros. Ni lo hará. Para Jesús nuestra salvación lo vale todo.
Y así como el hermano moribundo, cuando veamos a Jesús regresando, pensaremos: “Yo sabía que vendrías”, y exclamaremos las palabras del versículo de hoy. Léelo nuevamente. ¿Quisieras agradecer en oración a Dios por su lealtad incondicional?
Gabriela