Por lo menos una hora
«Volvió luego a sus discípulos y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: “¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?”». Mateo 26: 40, RV95
Permíteme hoy comenzar esta meditación presentándote una gran realidad de la vida cristiana: no todos tenemos que ser grandes expositores orales de la Biblia, no todos tenemos que ser grandes dirigentes públicos, no todos tenemos que cumplir con el mismo ministerio, pero sí todos tenemos la encomienda de orar. Orar es nuestra obligación y nuestro privilegio. Es lamentable que muchos creyentes consideren que la oración es una opción. Elena G. de White dice: «Deberíamos ahora aprender a conocer a Dios, poniendo a prueba sus promesas. Los ángeles toman nota de cada oración ferviente y sincera. Sería mejor sacrificar nuestros propios gustos antes que descuidar la comunión con Dios. La mayor pobreza y la más absoluta abnegación, con la aprobación divina, valen más que las riquezas, los honores, las comodidades y amistades sin ella. Debemos darnos tiempo para orar» (El conflicto de los siglos, p. 606).
Era una noche oscura y fría. Jesús y sus discípulos iban rumbo al huerto de Getsemaní. Ellos lo observaron retraído, ensimismado, sumido en un extraño silencio, con un corazón cargado de tristeza, caminaba tambaleante, dejaba oír gemidos como si le agobiase una pesada carga; ellos lo vieron en toda su fragilidad y debilidad humana. Lo escucharon decir: «Mi alma está triste hasta la muerte». En ese momento, a punto de enfrentar la cruz, necesitaba el apoyo de sus discípulos en oración, pero cuando fue al lugar donde los había dejado para que oraran, «los halló durmiendo». Qué tristeza, qué golpe tan duro, dormían, cuando más los necesitaba despiertos. Por eso, dirigiéndose a Pedro, Jesús dijo: «¿No pudieron velar conmigo ni siquiera una hora?» (Mateo 26: 40).
Reflejada en aquella trágica escena, podemos contemplar la difícil situación de la humanidad en nuestros días. Mientras Jesús, nuestro sumo sacerdote, intercede por nosotros en oración; sus discípulos duermen, su iglesia duerme, el mundo duerme cuando debiéramos estar orando. Si Jesús, ante el gran desafío que le esperaba, sintió la necesidad de orar, ¿cuánto más nosotros, simples seres mortales?
Hoy, el mensaje de @Dios para ti proviene de la pluma de Elena G. de White: «Sería bueno que cada día dedicásemos una hora de reflexión a la contemplación de la vida de Cristo. Debiéramos tomarla punto por punto, y dejar que la imaginación se posesione de cada escena, especialmente de las finales.
Y mientras nos espaciemos así en su gran sacrificio por nosotros, nuestra confianza en él será más constante, se reavivará nuestro amor, y quedaremos más imbuidos de su Espíritu» (El Deseado de todas las gentes, p. 66).