La progresión cristiana
«Entró Jesús en el templo de Dios y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas». Mateo 21: 12, RV95
Elena G. de White escribió que uno de los principales deseos de Dios es ver el corazón de sus hijos convertido en un lugar donde él pueda morar: «Los atrios del templo de Jerusalén, llenos del tumulto de un tráfico profano, representaban con demasiada exactitud el templo del corazón, contaminado por la presencia de las pasiones sensuales y de los pensamientos profanos.
Al limpiar el templo de los compradores y vendedores mundanales, Jesús anunció su misión de limpiar el corazón de la contaminación del pecado de los deseos terrenales, de las concupiscencias egoístas, de los malos hábitos, que corrompen el alma» (El Deseado de todas las gentes, pp. 137, 138).
Permíteme hoy compartir contigo la progresión que Dios quiere que experimentemos en nuestra vida de oración. En primer lugar, el templo debe ser limpiado para ser una casa pura (ver Mateo 21: 12). Por lo general, los grandes reavivamientos espirituales del pasado comenzaron con la purificación, o la limpieza, de la vida de las personas. No podemos aspirar a que Dios more en nosotros si en nuestro interior hay obstáculos para su presencia. «No hay nada que Satanás tema tanto como que el pueblo de Dios despeje el camino quitando todo impedimento, de modo que el Señor pueda derramar su Espíritu sobre una iglesia decaída y una congregación impenitente» (Elena G. de White, Mensajes selectos, t. 1, p. 144).
En segundo lugar, hemos de declarar que nuestro corazón, nuestra mente, es una casa de oración (ver Mateo 21: 13). «La religión debe comenzar con un vaciamiento y una purificación del corazón, y debe ser nutrida por la oración cotidiana» (Elena G. de White, La maravillosa gracia de Dios, p. 290). La oración diaria es tan esencial para el crecimiento espiritual como el alimento para el bienestar físico. El tercer paso es declarar que nuestra vida es una casa de poder, donde Dios pueda manifestarse (Mateo 21: 14). Nuestro mundo agobiado necesita experimentar el poder transformador y sanador de Dios.
Por último, nuestra vida se convertirá en una casa de alabanza. Cuando vemos el poder de Dios en acción, cuando vemos la mano de Dios moviéndose poderosamente a favor de nosotros, no podemos hacer otra cosa sino alabar.
Pienso que hoy más que nunca debiéramos experimentar este desarrollo, esta progresión en nuestra vida. Que hoy tu oración sea: «@Señor, haz de mi vida una casa de pureza, de oración, de poder, y de alabanza para tu gloria».