Amor encarnado
“¡Miren! ¡La virgen concebirá un niño! Dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel, que significa “Dios está con nosotros” ” (Mat. 1:23, NTV).
Cuando Becky Murray comenzó a trabajar como misionera en una aldea rural en Kenia, rescatando a niños en situaciones de riesgo, ella creyó que la gente valoraría su labor. “Sin embargo, al principio me llamaban ‘la bruja blanca’ ”, me dijo Becky durante una entrevista para la Radio Adventista de Londres. “No estaba en una zona turística de Kenia, sino en una zona rural, donde son bastante escépticos con la gente blanca. […] Ellos vieron que construimos un hogar de niños realmente con mucha rapidez… y estaban convencidos de que era una cuestión de brujería y que yo venía a hacerles daño”. Las personas que habían ido a ayudar le tenían tanto miedo que la primera tarea de Becky fue ganarse su confianza. Ella aprendió su lengua y se vistió con sus ropas. Se sentó en sus chozas a comer su comida y lloró junto a las madres cuando un niño moría de malaria. Con el tiempo, estos pequeños actos de amor encarnado lograron que la gente de la aldea de Bumala la aceptara. Años después, cuando llegaron a conocer el verdadero carácter de Becky y su amor por los niños, la gente le dio un nuevo nombre: “Mamá Bumala”.
Sabiendo que creíamos las mentiras del enemigo, que pensábamos que Dios estaba en contra de nosotros, Jesús se hizo carne. Para ganar nuestra confianza, él vistió nuestra ropa, tuvo hambre y comió nuestra comida. Jesús lloró y sintió los mismos dolores que nosotras; el mismo cansancio. Con estos actos de amor encarnado nos reveló su carácter. Tal como Becky, Jesús recibió un nombre nuevo, un título honorario: Emanuel, Dios con nosotros, hecho carne y huesos. Presente, tangible y sudando bajo el mismo sol inclemente. ¡Dios con nosotros! Detente a considerar la belleza de este misterio.
“Tan pronto como hubo pecado, se manifestó el Salvador… Tan pronto como Adán pecó, el Hijo de Dios se presentó a sí mismo como la garantía de la raza humana”, escribe Elena de White, en La maravillosa gracia de Dios. Y añade: “¡Qué amor!
¡Qué asombrosa condescendencia! ¡El Rey de gloria propone humillarse a sí mismo para ponerse al nivel de la humanidad caída!” (p. 23). Este es Emanuel, el amor encarnado.
Señor Jesús, tu amor me conmueve, aunque no llego a comprenderlo. Te agradezco porque tú no eres un Dios distante, sino Emanuel, Dios con nosotros, amor encarnado. Yo te adoro hoy y mi corazón rebosa de gratitud al pensar en el día en que llegaré a verte cara a cara.
Amén