El temor de las parteras
Además, como las parteras temían a Dios, él les concedió su propia familia. Éxodo 1:21, NTV.
Cuando las parteras fueron interrogadas por desobedecer al faraón, su explicación pareció lógica y coherente y no fue cuestionada en absoluto. Las mujeres hebreas eran obligadas a realizar duras faenas al igual que los varones, habían desarrollado tal fortaleza que hasta el parto les parecía menos doloroso que la ardua labor a la que eran obligadas. Se volvieron robustas en medio de la servidumbre, de modo que no necesitaban tanta atención de las parteras, o estas quizá retardaban deliberadamente su llegada al momento del parto. En todo caso, estas mujeres jugaron un papel de intercesoras, arriesgando sus vidas para proteger a un pueblo.
Alguien podría cuestionar si Dios bendijo a las parteras por haber mentido al faraón, pues usaron la ética situacional, la cual sostiene que cualquier acción es justificada si el fin a alcanzar es noble. En realidad, Dios no premió la mentira de las parteras, sino su fidelidad de salvar la vida de los bebés hebreos. Se cree que las parteras eran mujeres estériles de la misma familia, por lo tanto, no es sorprendente que estas damas se negaran rotundamente a quitarles la vida a quienes representaban su más anhelado deseo.
El acto heroico de Sifra y Fúa, hecho en secreto, no pasó inadvertido a los ojos de nuestro compasivo Dios, sino que, complacido por su obediencia, las recompensó concediéndoles sus propios hijos. Cualquier cosa que hacemos a los demás regresa a nosotras. Procuremos hacer solamente obras de bien y así recibir de vuelta, no solo para nosotras sino para nuestra familia, la bendición retribuida. Lo loable es que estas mujeres no pusieron en riesgo su vida esperando ser premiadas, ellas estaban dispuestas a morir antes que ser desobedientes a Dios.
Ese mismo Dios que se agradó y recompensó a estas mujeres por salvar a los bebés recién nacidos se goza con cada acto de bondad que manifestamos a los pequeñitos de su reino. Algún día esa palabra de ánimo y bondad que dices a otros, esa pequeñita obra de caridad que has hecho y que solo Dios ha notado, será recompensada.
“Jamás se perderá ningún acto de servicio abnegado, no importa cuán pequeño o sencillo sea. Por medio de los méritos de la justicia imputada de Cristo, se preservará eternamente la fragancia de tales palabras y actos” (HHD, p. 272). Renueva hoy tu pacto de bondad hacia los demás.