Condición para la prosperidad
Y comerás delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere para poner allí su nombre, el diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite, y las primicias de tus manadas y de tus ganados, para que aprendas a temer a Jehová tu Dios todos los días. Deuteronomio 14:23.
Usar el diezmo mensual de nuestros ingresos laborales para los gastos de la iglesia local, donaciones a los pobres o en celebraciones conjuntas de los fieles no es bíblico. Sí, es cierto que los israelitas daban por lo menos tres diezmos, pero fíjate en las importantes distinciones que había entre ellos. El primer diezmo se separaba al colectar la cosecha o vender un animal. Levítico 27:30 al 32 hace referencia a cómo separar este diezmo, y Números 18:21 al 24 explica que era entregado exclusivamente a los levitas o sacerdotes, a fin de que dedicaran todo su tiempo a instruir en el templo, y a hablar a la gente sobre la ley de Dios. Este es el diezmo que equivaldría a nuestro diezmar hoy. Un segundo diezmo era sacado anualmente (Deut. 14:22-27) y era para compartirlo y celebrarlo en familia. “Se considera generalmente que el diezmo mencionado en estos versículos es el segundo diezmo, que debía consumirse en el tabernáculo como un banquete sagrado ante el Señor” (1CBA, p. 1015). Este era un diezmo anual, diferente al diezmo aplicado a los ingresos sistemáticos de la economía doméstica. El tercer diezmo era separado cada tres años, con la finalidad de compartirlo con los extranjeros, los huérfanos y las viudas (Deut. 14:28, 29). Cada tres años, había una provisión especial para ayuda social.
Así que el primer diezmo es de uso exclusivo para el sostén de los misioneros y los obreros de la iglesia. El segundo diezmo, que más bien es una ofrenda, cubre las necesidades de la iglesia, sus ministerios y las necesidades de sus miembros. Y el tercer diezmo, recogido cada tres años, es para la obra social que podemos financiar.
Uno de los propósitos del diezmo es enseñarnos el temor y la reverencia a Dios. Dios solo puede llenar las manos que van desocupándose. Diezmar es un acto de celebración, la oportunidad de devolver a Dios una pequeña porción de los beneficios que de él recibimos. Cuando agradeces, siempre lo haces con una sonrisa. Deberíamos dar hasta que se constituya en un acto de celebración. “Dios ama al dador alegre” (2 Cor. 9:7).
Si ya eres fiel en la devolución de los diezmos, te animo a empezar un plan sistemático de ofrendar. El dinero, como la energía, solo fluye cuando está en movimiento, y qué hermoso es moverlo hacia los intereses divinos y eternos.