“Purificará nuestra conciencia”
“Purificará nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios viviente” (Hebreos 9:14, NVI).
En cierta ocasión, el pastor Lonnie Melashenko presenció un debate sobre la moralidad entre un cristiano y un ateo. El creyente, basado en la Biblia, daba por hecho que Dios es “la fuente de la moralidad” y que el concepto de lo que está bien y de lo que está mal, ya sea de forma consciente o intuitiva, se origina en nuestro Creador. Por otra parte, el ateo argumentaba que nuestros valores morales únicamente surgen de nuestros sentimientos y corazones. Por tanto, nadie debe sentirse con el derecho de cuestionar la moralidad de los demás. Cuando creía que había presentado un argumento irrefutable, el cristiano atinó al decir: “Estimado amigo, en algunas sociedades la gente ama a su prójimo, mientras que en otras se lo come, y lo hacen basados en sus sentimientos y por lo que les dicta su corazón. ¿Cuál de las dos sociedades prefiere usted?”⁵⁵
Me pareció muy interesante la respuesta del cristiano. Como seres humanos solemos definir la realidad basándonos en lo que percibimos, en lo que sentimos o en lo que nos dicta el corazón. No obstante, aquello de “hagamos lo que nos diga el corazón”, no suele ser una base sólida para nuestras decisiones; más bien nuestro corazón puede convertirse en la principal fuente de artimañas. A los que quieren regir su vida sobre la base de sus propios sentimientos, se les advierte que “engañoso es el corazón más que todas las cosas” (Jer. 17:9).
Pablo habló de cómo Satanás usa nuestros sentidos para “de alguna manera [ser] extraviados de la sincera fidelidad a Cristo” (2 Cor. 11:3). Si lo que sentimos no armoniza con la fidelidad a Cristo, ahí tenemos la señal de que vamos por la ruta equivocada. Lo que sí podemos hacer es mantener “los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (Heb. 5:14).
Si queremos que nuestro corazón se habitúe al bien, y que la moral bíblica siga siendo la base de nuestra ética, tenemos que dejar que la sangre de Cristo purifique “nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios viviente” (Heb. 9:14, NVI). Si dejamos que el Señor haga esa obra en nosotros, viviremos en una mejor sociedad.
55 E. Lonnie Melashenko, Salvación y algo más (Doral, Florida: IADPA, 2008), p. 21.