Mi Dios
“Allí Jacob hizo esta promesa: ‘Si Dios me acompaña y me cuida en este viaje que estoy haciendo, si me da qué comer y con qué vestirme, y si regreso sano y salvo a la casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios’ ” (Génesis 28:20, 21).
Estaba oscuro. Era de noche. Jacob estaba solo y asustado. Al día siguiente, después de muchos años se encontraría con Esaú, el hermano al que había engañado. Quizá Jacob estaba recordando el voto que había hecho en Betel cuando salió de la casa de sus padres hacia Padán-aram. En ese momento, en un sueño, Dios le había prometido muchas bendiciones: tierra, hijos, protección. Ahora, Jacob tenía una familia, siervos y rebaños. El Dios de Abraham e Isaac, su padre, lo había bendecido. No tenía dudas sobre eso. Pero, el día siguiente llegaría Esaú, y tendría que enfrentarse con él. ¿Lo protegería Dios? ¿Podría confiar en el Dios de su padre y su abuelo como si fuera el suyo? Esa noche, Jacob conoció a Dios personalmente. Ese encuentro cambió su vida para siempre. Salió de allí diferente. Dios incluso le dio un nuevo nombre: Israel.
Luego, en la reunión con Esaú, todo salió bien. Dios lo ayudó. Una de las primeras cosas que hizo Jacob cuando llegó a Canaán fue construir un altar a Dios. Lo llamó EL-ELOHE-ISRAEL, que significa “Dios, el Dios de Israel”. Dios se había convertido en algo más que el Dios de su padre y su abuelo. Se había convertido en el Dios personal de Jacob (Israel).
¿Es también tu Dios? No es suficiente que sea el Dios de tus padres. ¿Son tus padres cristianos y tienen una buena relación con Dios? ¡Qué bien! Pero eso no es suficiente. Debes tener tu propia relación con él. Debes conocerlo, debes encontrarlo por ti mismo. ¡Y ese encuentro también cambiará tu vida!