Un amor perdido
“Ni aunque pasen mil generaciones, se olvidará de las promesas de su alianza” (1 Crón. 16:15).
Septiembre de 1914: la guerra estaba comenzando y Gran Bretaña alistaba sus tropas. El soldado Thomas Hughes dejó a su esposa Elizabeth y a su hija Emily para irse al campo de batalla, de donde no sabía si regresaría. Mientras su barco partía en dirección a Francia, se preguntaba si las volvería a ver. Se le ocurrió escribir una carta, meterla en una botella y lanzarla al mar. Quizás la corriente la llevaría de vuelta a su familia, y podrían ver una vez más cuánto los amaba.
“Amada esposa –escribió–: Hoy, 9 de septiembre de 1914, escribo esta nota desde un barco y la lanzo al mar con la esperanza de que la recibas. […] Esto es todo por ahora, mi amor”. En el sobre escribió: “Agradeceré haga llegar esta carta; se ganará la bendición de este soldado británico en camino al frente. […] T. Hughes, segundo batallón de infantería de Durham”.
Hughes murió en combate. Su cuerpo nunca fue recuperado, pero su botella sí, el 27 de marzo de 1999. El pescador Steve Gowan compartió su hallazgo con la prensa. Cuando la historia fue publicada en un periódico de Londres, uno de los descendientes de Hughes dijo que, aunque su esposa Elizabeth había muerto, su hija Emily, de 86 años, vivía en Nueva Zelanda.
Gowan llegó a Auckland, para completar la tardía pero significativa entrega. Emily no tenía recuerdos de su padre, ni una tumba que visitar, así que la carta se convirtió en un poderoso símbolo de su amor.
En 1969, Janice, la novia de Norman Lewis, perdió un anillo que él le había regalado. La última vez que había visto el anillo había sido en una playa de Florida. Treinta años después, un niño pescó un tiburón de un metro de largo en esa playa. Cuando lo abrió, encontró el anillo de la Escuela Secundaria Mount Dora con las iniciales N. L. Con ayuda de empleados de esa escuela, y revisando el anuario de 1969, lograron devolver el anillo a Norman y Janice, que seguían juntos como esposos. Una extraordinaria coincidencia después de treinta años. Pero no más extraordinaria que el hecho de que un hombre que murió en un país lejano hace dos mil años aún pueda transformar nuestra vida.
Recuerda que ese Jesús que lanza tus pecados al fondo del océano no está perdido en el mar. El barco –botella o tiburón–, ya viene en camino.
GW
Estas matutinas me cirven de mucho