La cueca de la maestra
“Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68).
Una mañana me encontraba en un jardín de infantes haciendo mis prácticas para el profesorado de música. Todo era pequeño: las mesas, las sillas, las personas, los juguetes y hasta el baño. Al lado de esos niños, la guitarra parecía grande. Pero el corazón de ellos superaba el tamaño de todas las maestras juntas.
Con alegría, ganas y total convicción practicaban parte de una cueca de Sebastián Monk, que decía: “En mi maestra están las cosas que aún me quedan por aprender, y sus palabras llueven hermosas como rocío al amanecer… En mi maestra están las respuestas que aún me quedan por escuchar…”
Al escucharlos entonar la preciosa y sencilla melodía, no pude evitar pensar en Jesús y en que esas mismas palabras podían aplicarse a él como nuestro Maestro.
Al ver a su maestra llegar, todos la rodearon para abrazarla y demostrarle su amor. Pero me llamó la atención que ese cariño se lo estaban demostrando a quien hacía un rato los había retado.
Estos niños sabían que el amor verdadero incluye momentos de reflexión y de guía que a veces implican retos. Sabían que, cuando alguien pone límites, es porque realmente se preocupa. Sabían que, detrás de esa orden de silencio, había un corazón lleno de amor que se dedicaba todos los días a enseñarles y a acompañarlos en el crecimiento. Sabían que la persona que les estaba pidiendo que respetaran a sus compañeritos y maestras era la misma y la única que conocía a quién pertenece cada mochilita y abriguito, a quién le costaba más pedir perdón y a quién le resultaba más fácil compartir.
¿Cuánto de lo que hacemos demuestra que comprendemos el amor de Dios de esa forma?
Los discípulos “no podían dejar la enseñanza de Cristo, sus lecciones de amor y misericordia, por las tinieblas de la incredulidad, la iniquidad del mundo. […] El mismo pensamiento de perder esta ancla de sus almas los llenaba de temor y dolor. […] Aunque ahora no podemos comprender las obras y los caminos de Dios, podemos discernir su gran amor, que es la base de todo su trato con los hombres” (El Deseado de todas las gentes, pp. 358, 359).