Zombis
La muerte y la vida están en poder de la lengua; el que la ama, comerá de sus frutos. Proverbios 18:21.
Es increíble la afición que se ha desatado en el mundo literario y cinematográfico con esos seres medio muertos o medio vivos que tienen un deseo patológico de carne humana, los zombis. Películas, series, libros, cómics están inundados de estos personajes de ficción. ¿Personajes de ficción? Evidentemente no existen los zombis, pero sí que existen personas a las que les gusta comer carne humana. Más de lo que piensas.
AVISO: El texto que vas a leer a continuación puede herir tu sensibilidad.
Elena de White presenta una cita que es tan clara como contundente: “Los que se alimentan con lo que es el Pan de Vida, la Palabra del Dios viviente, y se deleitan ellos mismos con la médula y la grosura de las extraordinarias promesas de Dios, no pronunciarán discursos difamatorios, que son verdadero canibalismo. Mediante Jesucristo, el alma está en comunión con los ángeles del cielo, y no puede tener deseos de gozarse en la charla tonta, sentarse a la mesa con los difamadores [caníbales]” (Carta 14a, 1893). Estoy seguro de que, si viviera en nuestros días, habría empleado la palabra “zombi” para referirse a los caníbales.
La muerte y la vida están en poder de nuestra lengua. Sobre todo, nuestra vida o nuestra muerte. Podemos ayudar a muchos con comentarios de apoyo y esperanza; eso nos hará más vivos. También podemos dañar a muchos con nuestras críticas, mentiras y maledicencias; eso nos hará medio muertos, zombis. ¿Te gusta hablar? Habla, pero recuerda que lo que digas tendrá resultados. Si hablas con bondad y afecto, recibirás más bondad y afecto. Si hablas con maldad y desdén, recibirás más de un mordisco malintencionado. Es curioso cómo algunos medio vivos solo dedican palabras de elogio a los muertos. Mira lo que dice Elena de White sobre este asunto: “¡Cuántas palabras de cariño se dicen acerca de los muertos y cuántas cosas buenas de su vida se recuerdan! Se expresan alabanzas y encomios; pero caen en oídos que no oyen, sobre corazones que no sienten. Si esas palabras se hubiesen dicho cuando el espíritu cansado las necesitaba, cuando el oído podía oírlas y el corazón sentirlas, ¡qué cuadro agradable habría quedado en la memoria! […] Seamos serviciales, agradecidos, pacientes y tolerantes en nuestro trato unos con otros. Mientras viven aún nuestros hermanos y hermanas, expresémosles en nuestro trato diario los sentimientos que se suelen expresar al lado de los moribundos y los muertos” (Joyas de los testimonios, t. 2, p. 210). Las mejores palabras deben ser para los vivos.
Este no es un asunto insignificante. ¡Que tus palabras vivifiquen!