“Yo lo escucharé”
“Si mi pueblo, el pueblo que lleva mi nombre, se humilla, ora, me busca y deja su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo” (2 Crónicas 7:14, DHH).
La Asociación Humanista de los Estados Unidos ha propuesto celebrar el Día Mundial de la Razón el primer jueves de mayo. De acuerdo con la página web de esta asociación, dicho día es la contraparte del Día Nacional de Oración, que también se lleva a cabo el primer jueves de mayo. Aunque los motivos de la Asociación Humanista están fundamentados en un estilo de vida sin dioses ni creencias, no se puede negar que hay creyentes que no reconocen la relación entre la oración y la razón, y elevan a Dios oraciones aprendidas y repetitivas sin poner la cabeza en lo que están diciendo.
En su obra La religión dentro de los límites de la mera razón, Immanuel Kant consideró que la oración es un acto de vergüenza y de locura.⁹¹ Sin embargo, la oración y la razón, ¿son mutuamente excluyentes? En realidad, la oración tiene un marco lógico y razonable. Refiriéndose a las oraciones de su tiempo, Jesús dijo: “Al orar no repitan ustedes palabras inútiles, como hacen los paganos, que se imaginan que cuanto más hablen más caso les hará Dios” (Mat. 6:7, DHH). La frase “repitan ustedes palabras inútiles” es la traducción de un solo verbo en griego: battalogeo. Los especialistas en literatura griega aseguran que battalogeo define al que “habla sin pensar”.
Como la oración no es una simple manifestación de solemnidad religiosa, el apóstol Pablo nos recuerda que Dios merece un “culto racional [gr. logicón]” (Rom. 12:1, RV60). Los filósofos griegos usaban logicón para aludir a lo que había sido “cuidadosamente pensado”. El Señor anhela oraciones que reflejen armonía entre lo que decimos y lo que pensamos, entre lo que pedimos y lo que hacemos.
Que la oración constituye un buen ejercicio mental queda expresado en lo que dijo Elena de White cuando afirmó que mediante la oración “nuestra mente puede estar atraída” hacia nuestro Padre celestial (El camino a Cristo, p. 92). Y cuando nuestra mente entra en contacto con la mente divina llegamos a ser partícipes de una razón santificada. Ese ejercicio se materializa cuando, como dice el texto que encabeza esta reflexión, nuestra mente y nuestra conducta actúan en concierto.
Si lo hacemos, entonces Dios cumplirá su promesa: “Yo lo escucharé desde los cielos” (2 Crón. 7:14, RVC).
91 Immanuel Kant, La religión dentro de los límites de la mera razón (Madrid: Alianza Editorial, 2007), p. 235.