“Te pondré por luz de las naciones”
“Yo, Jehová, te he llamado en justicia y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones” (Isaías 42:6).
Durante el reinado de Ptolomeo II Filadelfo (285-247 a.C.) se llevó a cabo la primera traducción de las Escrituras hebreas: la famosa Septuaginta. El trabajo fue hecho en Alejandría, Egipto, por setenta (o quizá setenta y dos) eruditos, especialistas tanto en hebreo como en cultura helenista. Cuenta Filón que estos sabios, huyendo del bullicio y la inmoralidad de la ciudad, se retiraron a la isla del Faro, lugar donde se encontraba el icónico Faro de Alejandría, una de las siete maravillas del mundo antiguo.
La Septuaginta, obra de estos eruditos, fue elogiada tanto por la comunidad judía como por la comunidad gentil, y tuvo una gran aceptación, a tal punto que Filón escribió: “Todos los años tiene lugar una celebración y una general reunión en la isla de Faro, rumbo a la cual atraviesan el mar no solo judíos, sino también muchísimos otros para honrar el lugar donde por primera vez se encendió la claridad de esta traducción, y para dar gracias a Dios por este viejo y siempre renovado beneficio” (Sobre la vida de Moisés, II. 41).
Dos elementos de esta cita llaman la atención. En primer lugar, saber que la gente se reunía cada año para celebrar que podían leer el Antiguo Testamento en su propio idioma, el griego. Poder leer la Palabra divina sin traductores suscitaba gozo en aquella gente. El profeta Jeremías le dijo al Señor: “Tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (Jer. 15:16). ¿Estamos nosotros sintiendo esa alegría que produce tener la oportunidad de leer las Escrituras en nuestra lengua materna?
En segundo lugar, Filón compara el trabajo de los traductores con el faro, al decir que “por primera vez se encendió la claridad de esta traducción”. Así como cada noche el faro, al estar encendido, servía de guía, en la isla del Faro también se encendió la luz que habría de llevar claridad a todos los rincones del mundo grecorromano por medio de la palabra escrita. Hoy somos nosotros los instrumentos escogidos para que la luz de la verdad lleve claridad a quienes habitan en la oscuridad del pecado.
Así lo declara el profeta: “Yo, Jehová, te he llamado en justicia y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones” (Isa. 42:6). Ojalá esta promesa llegue a ser una realidad viva en nosotros.