Colgados de los cuernos del altar
Alguien le informó a Salomón: “¡Majestad! Adonías tiene miedo de usted, y se ha refugiado en el santuario. Ha suplicado que usted le jure no matarlo”. 1 Reyes 1:51, TLA.
Adonías estaba en medio de una celebración y algarabía sin freno, cuando llegó la noticia de que Salomón había sido coronado rey y estaba sentado en el trono. Acababan de comer cuando escucharon la trompeta (1 Rey. 1:41). Dentro de poco también sonará la trompeta (1 Tes. 4:16). Roguemos que no nos encuentre el Señor en festividades y jolgorios, sino sirviendo al verdadero Rey (ver Rom. 16:18).
Adonías y sus secuaces salieron cada uno por su lado, queriendo esconderse, estremecidos de miedo porque no hacían lo correcto, miedo porque se sabían culpables. Algo similar ocurrirá cuando Jesús regrese a la tierra: los que nunca se sometieron a la voluntad divina preferirán la muerte que el juicio que les espera (Apoc. 6:15, 16).
Adonías corrió al templo y se colgó de los cuernos del altar, pues conocía la ley. Sabía lo que le esperaba: un soberano estaba en el derecho de eliminar a todo aquel que pudiera ser un potencial rival, pero en este caso, Adonías se había sublevado abiertamente. El altar referido era el altar donde se acostumbraba quemar las ofrendas de los animales, el cual tenía cuatro esquinas sobresalientes, llamadas cuernos, donde se untaba la sangre del sacrificio. No importa cuán grave sea tu pecado, si pides perdón con corazón contrito y humillado, la sangre expiatoria de Jesús cubrirá multitud de pecado, y su sacrificio está al alcance de todos.
Salomón actuó con misericordia y perdón. El nuevo rey solo tenía una condición para perdonar la vida del subversor: que fuera un hombre de bien (1 Rey. 1:52). Adonías se inclinó en reconocimiento del nuevo rey. En tu caso, para ser salva todo lo que necesitas es confesar que Jesús es el Rey (Hech. 2:21). No somos menos culpables que Adonías. Clama hoy por misericordia.
“Extiendan sus casos delante del Señor, y no importa cuáles sean sus ansiedades y pruebas, el espíritu de ustedes se fortalecerá para resistirlo. Se abrirá el camino delante de ustedes para librarlos de las ataduras y dificultades. No necesitan ir al pueblo vecino o a los confines de la tierra para saber qué hacer. Confíen en Dios como su permanente Ayudador, como el que es capaz de dirigir todas las cosas puesto que sabe qué es lo mejor” (CDCD, p. 80).