Dedicación del templo de Salomón
Para que te teman todos los días que vivan sobre la faz de la tierra que tú diste a nuestros padres. 1 Reyes 8:40.
El glorioso templo fue terminado en el mes octavo, que corresponde a octubre-noviembre (ver 1 Reyes 6:38), pero la dedicación fue hecha en el mes séptimo (1 Rey. 8:2), que cae en septiembre-octubre, es decir, once meses después. ¿Por qué? Para que coincidiera con varias festividades que se celebraban durante ese mes: la Fiesta de los Tabernáculos, el Día de la Expiación, o perdón de Dios para su pueblo, el tiempo de la cosecha y el año del jubileo, cuando la tierra volvía a sus dueños originales. Así, todos los israelitas podían participar sin ningún obstáculo.
El número de sacrificios fue asombroso: 20.000 toros y 120.000 ovejas (vers. 63). De cada animal sacrificado, una porción era dedicada a Dios y lo demás era para los sacerdotes y el pueblo. Si recibimos abundantemente, hemos de dar abundantemente. Hubo suficiente provisión para todo el pueblo durante las dos semanas que duró la celebración.
Al traer el arca del pacto, el edificio se llenó de una nube, símbolo visible de la presencia divina. El pueblo llamaba aquella nube la Shekiná. El templo se convirtió en la residencia del Rey del universo. Todos se llenaron de un temor reverente, y Salomón reconoció que aquella casa, por hermosa que fuera, no era suficiente para un Ser infinito, lleno de gloria. Al hacer lo mejor para Dios, reconozcamos que hay una infinita y abismal distancia entre lo hecho por nosotros y lo que Dios merece.
Salomón se puso de pie ante el altar (1 Rey. 8:22) pues como no era sacerdote no podía entrar más adentro. Levantó sus manos al cielo en actitud de reverencia y agradecimiento. Cuando adoramos, la posición del cuerpo debiera manifestar reverencia. En algún momento de la oración, Salomón cayó de rodillas. Escoge un tiempo para arrodillarte ante la presencia de Dios. Tenemos muchos ejemplos bíblicos de oraciones de rodillas: Esdras (Esd. 9:5), Daniel (Dan. 6:10), Esteban (Hech. 7:60), Pedro (Hech. 9:40) y Pablo (Hech. 20:36). Muchos se postraron de rodillas para suplicar ayuda a Jesús: la mujer siro-fenicia (Mar. 7:25), Jairo (Luc. 8:41), María Magdalena (Juan 11:32). Otros se postraron para agradecer: la mujer con un flujo de sangre (Mar. 5:33) y uno de los diez leprosos (Luc. 17:16); y aun Jesús se arrodillaba para orar (Luc. 22:41)
¿Por qué nos justificamos tanto para no hacerlo nosotras?