Capaces
Que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. Efesios 3:17-19.
El escritor estadounidense Neal Stephenson, hablando sobre ética, escribió: “Cualquiera que crezca viendo la televisión, que nunca vea nada de religión o filosofía, se críe en una atmósfera de relativismo moral, aprenda ética viendo escándalos sexuales en el telediario, y vaya a una universidad donde los posmodernos se desviven por demoler las nociones tradicionales de verdad y cualidad, va a salir al mundo como un ser humano bastante incapaz”. Un análisis realmente crudo que nos hace pensar, ya que todos queremos tener las destrezas propias de un ser humano.
En este sentido, hemos de agradecer a Cristo la mejora constante de nuestra vida y la incorporación de herramientas que nos hacen útiles para las personas que nos rodean y para nosotros mismos. Primero, porque nos enseña los secretos del amor y desde esa plataforma empezamos a entender el universo. Desde Cristo comprendemos que todo no gira alrededor de nosotros (egocentrismo) sino alrededor de Dios (teocentrismo), porque Dios es la mayor fuente de amor de la naturaleza. Segundo, porque la medida de las cosas no es nuestra medida. Nosotros medimos por metros, por horas, por kilos, por estatus, por raza, por género. Dios mide por infinito, por eternidad, por gracia, por dones, por humanidad, por amor. Por eso no nos salen los cálculos si Dios no está a nuestro lado. Nuestra capacidad se debe a su poder, nuestro conocimiento a su sabiduría. Su amor nos supera, pero no pasa nada, porque el asunto no tiene que ver con comprender a Dios sino con estar a su lado. Allí, cerca de él, a la vera de sus hechos, percibimos los detalles de lo que nosotros somos, y nos sentimos completos. Esa es la gracia, no lo comprendemos pero nos comprendemos.
¿Por dónde empezamos a crecer? Te parecerá raro, pero en gran parte el crecimiento comienza por las rodillas. Alessandro Manzoni afirmaba: “El hombre crece cuando se arrodilla”. O como dijo Elena de White: “Nuestro Padre celestial está esperando para derramar sobre nosotros la plenitud de sus bendiciones.
Es privilegio nuestro beber abundantemente de la fuente de amor infinito. ¡Qué extraño que oremos tan poco!” (La oración, p. 4). Estamos a la distancia de una oración de ser más capaces, mejores personas. No lo dejes pasar.