Rebelión en el desierto
“Dijo a Coré y a los que lo seguían: ‘Mañana por la mañana el Señor hará saber quién le pertenece y quién le está consagrado y puede presentarle las ofrendas. Solo podrá presentarle ofrendas aquel a quien él escoja’ ” (Números 16:5).
Coré, Datán, Abiram y sus familias murieron porque se rebelaron contra los líderes establecidos por Dios. Cuestionaron el sacerdocio de Aarón y quisieron ocupar su lugar. Esta situación sorprendió a Moisés, porque los rebeldes eran levitas que ya tenían un ministerio muy especial; pero como no estaban contentos, iniciaron una rebelión con 250 personas. ¿Puedes creer lo que le reclamaban a Moisés? ¡Que los había sacado de una tierra que destilaba leche y miel para hacerlos morir en el desierto! (vers. 13). Pensaban que Egipto era el mejor lugar del mundo, ¡aunque fueran esclavos!
La familia de Aarón era la única elegida para ejercer el sacerdocio. No dependía de cuán buenas fueran otras personas o de cuántos seguidores pudieran reunir. Así que Moisés esperó que Dios actuara. Y así ocurrió. Sin embargo, las consecuencias de la rebelión no terminaron y al siguiente día 14.700 personas culparon a Moisés de lo ocurrido y Dios también tuvo que castigarlos (vers. 49).
En este contexto, Dios confirmó el sacerdocio de Aarón. Moisés pidió que le trajeran una vara de cada tribu, y en cada una escribió el nombre del representante de la tribu. La prueba del sacerdocio sería que el dueño de la vara que reverdeciera era el elegido por Dios (Núm. 17:2, 5). El resultado fue el mismo que al principio y la gente aprendió a respetar a los dirigentes que Dios les daba.
Debemos apreciar a los siervos de Dios. El apóstol Pablo escribió: “Hermanos, les rogamos que tengan respeto a los que trabajan entre ustedes, los dirigen en las cosas del Señor y los amonestan” (1 Tes. 5:12). Por otra parte, todos tenemos la oportunidad de servir a Dios en la Iglesia, con los dones que nos otorga. Lo más importante es servir a Dios donde él nos pida, y cumplir fielmente con la tarea que nos toca.