Una burra sabia
“Cuando la burra vio otra vez al ángel del Señor, se tumbó en el suelo teniendo encima a Balaam que, por su parte, estaba enfurecido y no cesaba de apalearla con su vara. Entonces el Señor hizo que la burra hablara e increpara a Balaam: ‘¿Qué te he hecho, para que me hayas apaleado ya tres veces?’ ” (Números 22:27, 28, BLPH).
Dios siempre te va a revelar su voluntad. La puedes encontrar en la Biblia, en una predicación, en un consejo de tus padres o maestros. Si lo buscas de corazón y realmente quieres obedecerlo, él te dirá qué hacer.
Cuando Balac lo invitó a Moab, Balaam no tenía justificación para ir. Conocía a Israel y en algún momento había sido su profeta. De todas formas hospedó en su casa a los mensajeros moabitas con el argumento de consultar a Dios para saber si le permitía ir. Él sabía que no debía ir, pero Dios igual le habló y le dejó en claro que lo prohibía (vers. 12). Los mensajeros se fueron, pero pronto regresaron con una oferta más generosa de todos los bienes que le iban a dar a cambio de que maldijera a Israel. Balaam los volvió a recibir, y aunque resulte gracioso, otra vez les dijo que iba a consultar a Dios para saber qué hacer (vers. 19).
Dios puede intervenir en los planes del hombre. Ante la terquedad de Balaam, lo autorizó a ir, pero él mismo iba a colocar las palabras en los labios del profeta: en lugar de maldiciones, iba a dar bendiciones. Aunque Dios lo había autorizado a ir con esa condición, quería darle una lección. La lección mostró que algunas veces los animales son más sabios que los humanos. Mientras Balaam avanzaba montado en su burra, se le apareció el ángel de Jehová tres veces. Las tres veces la burra se asustó y tres veces Balaam la golpeó. La última vez, la burra se echó al suelo. Cuando Balaam la golpeó, sucedió lo increíble: la burra le habló. ¿Sabes qué es lo más increíble? ¡Balaam estaba tan enojado que en lugar de sorprenderse empezó a discutir con ella!
La burra no solo habló, también vio lo que Balaam no fue capaz de ver. Así, le salvó la vida a su terco amo (vers. 31-33). ¡Cuánto podemos aprender de los animales!