1729
Ciertamente yo buscaría a Dios y le encomendaría mi causa. Él hace cosas grandes e inescrutables, y maravillas sin número. Job 5:8, 9.
Uno de los mejores matemáticos del siglo XX fue Srinivasa Aiyangar Ramanujan. Nació un 22 de diciembre en Madrás, en una familia tradicional de la India. Su padre era empleado de una tienda de saris y su madre era ama de casa. No le gustaba ir a la escuela, por lo que su familia tuvo que contratar a un policía para que lo acompañara hasta el colegio. Manifestó una importante facilidad para las matemáticas que, no sin penurias, lo llevó a estar entre los más reconocidos matemáticos de Cambridge. Fueron miles las ecuaciones que desarrolló y resolvió Ramanujan, pero una de las más llamativas está vinculada con el “número taxicab”. Un día, Godfrey Harold Hardy, un matemático británico, fue a visitarlo al hospital y, para darle algo de conversación, dijo que había llegado en un taxi que tenía el número 1729 y que le parecía algo superficial. Discrepando, el matemático indio argumentó que no, que era un número muy interesante porque es “el número más pequeño que se puede expresar como la suma de dos cubos de dos formas distintas”. ¡Vaya! De ahí que se lo conozca como el “número taxicab”.
La frase más significativa de Ramanujan, a mi entender, fue: “Una ecuación para mí no tiene sentido, a menos que represente un pensamiento de Dios”. Para un hombre que conocía mejor que nosotros el valor del infinito, es una frase que estimula el anhelo de crecer.
Las maravillas de Dios son tantas, que ni siquiera hay un número, como el infinito, que las pueda contener. Sus obras son inmensas e imposibles de averiguar, porque su creatividad supera cualquier razonamiento. Y, es curioso, toda esa grandeza se detiene ante nuestra pequeñez y nos ayuda. A veces, como le ocurría a Ramanujan, podemos entrever algo de su majestuosidad y anhelamos ser partícipes de los pensamientos divinos. Dios no nos promete que lo vayamos a entender todo, sino que va a participar de nuestra historia. Eso significa finalizar nuestros días con éxito.
Job, como nos sucede en ocasiones a nosotros, no entendía, pero confiaba. No podía dar razón de lo que estaba sucediendo pero confiaba, porque Dios nos tiene en su pensamiento. Somos pequeños, limitados, pero en sus manos tenemos la promesa de que creceremos exponencialmente. Hacia lo infinito y, quién sabe, quizás un poco más allá. Por eso, y por muchas otras razones que precisarían unas cuantas ecuaciones, yo que tú le encomendaría tu causa.