‘Awumbuk’
No os dejaré huérfanos; volveré a vosotros. Juan 14:18.
Estamos acostumbrados a las cinco emociones de la película Inside Out (Del revés o Intensa-Mente, como títulos en español): alegría, enfado, tristeza, asco y miedo. Pero el ser humano es mucho más complejo. La historiadora británica Tiffany Watt Smith describe 156 emociones en su libro The Book of Human Emotions [El libro de las emociones humanas]. Una de ellas es sumamente interesante y se llama awumbuk. Esta palabra es propia de la cultura baining, un grupo humano de Papúa Nueva Guinea; pero la sensación la hemos vivido todos. Imagina que has preparado una fiesta en casa con familiares y amigos. Has pasado muchas horas cocinando, limpiándolo todo, recibiendo las visitas, atendiéndolos con cariño, disfrutando de sus ocurrencias, manifestándoles afecto. El tiempo pasa, y llega la hora de la despedida. Uno a uno se van marchando entre abrazos y anhelos de reencuentro, y al final, te quedas solo en casa. A ese vacío que se nos queda en el alma los baining lo llaman awumbuk. Ellos le han sabido poner nombre, pero todos lo hemos vivido en algún momento de nuestra vida.
Han pasado muchos años desde que Jesús dejó esta Tierra y lo echamos de menos, estamos embargados de awumbuk. Todo fue tan estimulante con su venida… Rememoro una fiesta muy especial, Jesús entrando en Jerusalén. En palabras de Charles Spurgeon: “Aquí viene el Rey de reyes, el Príncipe de los reyes de la tierra; no hay ningún brioso corcel, ni ningún caballo haciendo cabriolas que mantenga alejados a los hijos de la pobreza; él cabalga sobre su asna y, mientras completa su recorrido, habla amablemente a los niños que aclaman: ‘¡Hosanna!’, y da los parabienes a las madres y a los padres de la más humilde condición, que se agolpan a su alrededor. Él es asequible; no está apartado de ellos; no reclama ser su superior, sino su siervo; siendo tan poco imponente como rey, él era el siervo de todos. No hay sonido de trompetas: le basta la voz de los hombres; no hay cobertura sobre su asna, sino las ropas de sus propios discípulos; no hay pompa sino la pompa que algunos corazones amorosos muy voluntariamente le concedían. Así prosigue su cabalgata; el suyo es el reino de la mansedumbre, el reino de la humillación” (Sermón 405). Una fiesta realmente especial.
Sabe que lo echamos de menos y nos ha prometido que volverá. Mientras tanto, estamos con el Espíritu Santo, que compensa toda emoción. Se ha quedado para consolarnos y anhela que lo invitemos a nuestra vida.