El protector del teclado
“Separados de mí, no pueden hacer nada” (Juan 15:5, NTV).
Sobre el teclado de mi computadora había un protector.
Cuando estaba más nuevo y quedaba más fijamente adherido a su molde, era muy fácil confundirlo y pensar que el protector era realmente el teclado.
Con el tiempo, comenzó a estirarse y a despegarse más fácilmente. Por mi trabajo, lo usaba muchísimo, pero además envejeció prematuramente porque siempre jugaba a despegarlo.
Las teclas ya no se distinguían y tenía que confiar en mi memoria. Además, el plástico comenzó a hacerse cada vez más débil en las letras más usadas y, de a poco, se fue rompiendo.
En un momento, de ese protector novedoso que se encargaba de cuidar las teclas reales de mi computadora, solo quedaba un trozo de plástico lleno de agujeros y teclas borroneadas que daban lástima.
Como ese protector, nosotros no siempre cumplimos la función para la que fuimos creados. Aunque a veces podemos fingir cumplir el propósito que tiene nuestra vida, termina haciéndose evidente que no podemos engañar a nadie.
Separados de Dios no podemos hacer nada, y si no estamos dejando que él nos use, entonces es posible que pronto nos volvamos inútiles. Si no nos adherimos a la fuente de nuestra identidad, como este protector debía hacerlo al teclado que lo moldeaba, nos gastaremos, nos romperemos y la suciedad comenzará a colarse por todos lados.
No permitamos que el nombre de Dios sea deshonrado por nuestra falta de fidelidad. No demos lugar a que el pecado se cuele por los espacios que dejamos por no habernos aferrado completamente de su mano, por “jugar” a separarnos solo por curiosidad.
“Esta unión con Cristo, una vez formada, debe ser mantenida. […] Separado de la vid, el sarmiento no puede vivir. Así tampoco, dijo Jesús, pueden vivir separados de mí. […] Sin mí, no podéis vencer un solo pecado ni resistir una sola tentación” (El Deseado de todas las gentes, p. 630).
Él usa todas las letras, números, símbolos, funciones y combinaciones posibles para escribir millones de historias diferentes. Y entre ellas está la tuya: una rama más que puede unirse a la vid para siempre.