Tiembla solo ante Dios
No llamen ustedes conspiración a todo lo que este pueblo llama conspiración. No tengan miedo, ni teman lo que ellos temen. Isaías 8:12, RVC.
La decisión equivocada de Acaz de unirse a un pueblo apóstata para enfrentar a sus enemigos fue la peor decisión de su gobierno. Dios envió a Isaías con el mensaje de que no tuviera miedo, que confiara en Dios y sus enemigos serían destruidos; pero Acaz no creyó, y sufrió las consecuencias. Somos libres para tomar decisiones, pero no nos libramos de las consecuencias. Si ignoramos el amor y la conducción segura que nuestro Dios nos ofrece, le abrimos la puerta al enemigo.
La ruina venidera es presentada a Judá y a su rey ediante un mensaje gráfico: Dios pide a Isaías que ponga por nombre a su segundo hijo, Maher-salal-hasbaz (Isa. 8:3), que significa “el despojo se apresura” o “la presa se precipita”, para anunciar que la ruina estaba por llegar. Su nombre debía intimidar, y señalar la ruina inevitable. Dios hizo hasta donde se le permitió para rescatar a un pueblo que iba a la perdición. Isaías fue visto como un traidor, porque no se unió a la terca decisión del rey ni lo apoyó, sino que llamó al pueblo fiel a comprometerse con Dios y no temer lo que aquellos desobedientes temían.
“Que su pueblo profeso se aliara con los idólatras era una ofensa para el Dios del cielo. El Señor deseaba que su pueblo se mantuviera independiente, separado del mundo. Hemos de consultar a Dios y encontrar nuestra fuerza en él. Solo así podrá acompañarnos la presencia del Señor… Nuestra fuerza no radica en una estrecha vinculación con el mundo, sino en la completa separación de él” (4CBA, p. 183).
Como dijo Franklin Roosevelt a su nación después de la Gran Depresión: “Lo único que debemos temer es al miedo mismo”. El miedo es el enemigo más poderoso de la fe y el desalentador más fuerte de la paz mental; por eso Satanás nos somete con el miedo y la ansiedad. Si hemos de temblar ante alguien, que sea ante la presencia del Dios Altísimo. Un pueblo que teme a Dios jamás necesita temblar ante ningún hombre.
El miedo a los hombres esclaviza, paraliza y destruye, pero el temor a Dios ennoblece, llena de coraje, confianza, y regocijo. “Todo el que deposita en él su confianza, descansa perfectamente seguro” (DTG, p. 550).