“No sufrirá daño de la segunda muerte”
“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El vencedor no sufrirá daño de la segunda muerte” (Apocalipsis 2:11).
“¿Cómo debo castigar a los cristianos?” Esa era la pregunta que Plinio el Joven, el gobernador de la provincia romana de Bitinia, planteaba al emperador Trajano en una de sus cartas. De acuerdo con la misiva, entre tanto recibía la respuesta del jefe, Plinio ideó su propio procedimiento para castigar a los que fueran acusados de cristianos. Lo primero que hacía era preguntarles: “¿Ustedes son cristianos?” Si su respuesta era afirmativa, les preguntaba una segunda vez. Si reiteraban su fe en Cristo, entonces eran amenazados y azotados. Después les hacía la misma pregunta por tercera vez, y si nuevamente afirmaban ser seguidores de Cristo, Plinio los condenaba a muerte.
¿Por qué se perseguía a los cristianos en esa época? Mira lo que dice el flamante gobernador: “Toda su culpa o error había sido que habían tenido la costumbre de reunirse en un día determinado antes del amanecer y de entonar entre sí alternativamente un himno en honor de Cristo, como si fuese un dios, y ligarse mediante un juramento, no para tramar ningún crimen, sino para no cometer robos, ni hurtos, ni adulterios, ni faltar a la palabra dada, ni negarse a devolver un depósito cuando se les reclamara”. Miles de personas murieron por haber prometido ser buenos ciudadanos y no hacer daño a su prójimo. Pareciera que los habitantes de Bitinia preferían tener pillos y delincuentes de vecinos, y no a gente buena como lo es la familia cristiana. Me emociona que ese pagano haya dicho que los creyentes cantaban “un himno en honor de Cristo”. Cada mañana su voz se elevaba para exaltar a Dios. El miedo a la muerte no les impediría adorar al Dios de la vida.
Muchos cristianos de Bitinia fueron masacrados por su fe; pero fueron a la tumba con esta promesa: “El vencedor no sufrirá daño de la segunda muerte” (Apoc. 2:11).
Cuando los creyentes sean resucitados, la muerte segunda, la que es castigo por el pecado, no tocará a ninguno de los que hayan vencido por medio de la fe. Esa fe que nos impulsa a adorar a Dios incluso cuando sufrimos persecución por el hecho de pertenecer a la familia cristiana.