Matutina para Jóvenes, Lunes 12 de Abril de 2021

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¿No te envío yo?

“Y mirándolo Jehová, le dijo: Ve con esta tu fuerza y salvarás a Israel de la mano de los madianitas. ¿No te envío yo?” (Juec. 6:14).

Hay una ley que puede haber traído grandes beneficios en algunos casos, pero que en otros comprueba ser bastante ineficaz y, además, antibíblica. Me refiero a la ley del menor esfuerzo. Por esta ley se entiende que usaremos los mínimos recursos posibles para lograr un objetivo.

El problema es que Dios no es un dios de los mínimos esfuerzos ni espera eso de nosotros.

El pueblo de Israel se encontraba en una situación que parecía regirse por esta ley. Acababan de conquistar Canaán. Se había hecho la repartición de tierras para las tribus, pero en vez de seguir avanzando en el territorio, se habían conformado con instalarse allí y suspender la guerra.

Dios había cumplido su parte. Los había librado y ayudado en la conquista, pero los israelitas parecían no tener muchas ganas de desalojar a los habitantes. En cambio, se aliaron con ellos y terminaron haciéndose esclavos de la idolatría.

Puede parecer ridículo que el pueblo que por tanto tiempo había sido esclavo, al recibir su libertad se sometiera nuevamente a la esclavitud espiritual. Sin embargo, eso fue lo que sucedió.

Dios les había prometido que, si permanecían obedientes, subyugarían a sus enemigos. Moisés les había comunicado esto, y también Josué. Pero Israel prefirió quedarse de brazos cruzados, haciendo el mínimo esfuerzo. Nació una nueva generación idólatra y, con esto, una prolongada época de opresión de diferentes naciones. Así surgieron también libertadores entre el pueblo de Israel; pero había enemigos ya establecidos que saqueaban los campos y maltrataban a sus habitantes.

El pueblo clamó. Dios oyó y escogió a Gedeón para que lo ayudara.

Un día, el ángel de Jehová se le apareció y le aseguró su compañía. Pero Gedeón, en vez de agradecer y alabar a su benefactor, comenzó a dudar y cuestionar la razón de su condición actual. Creía en un Dios que en el pasado había hecho grandes maravillas, pero que ahora supuestamente los había desamparado.

Dios no respondió su pregunta. No iba a entablar un diálogo sin sentido. Le ordenó ir y salvar a Israel.

Hoy también corremos el riesgo de creer en un Dios del pasado, de limitarlo a nuestras leyes del menor esfuerzo. Pero no nos equivoquemos. Dios es un Dios del presente, que dio todo, nos acompaña en todo y espera nuestro mayor esfuerzo también.

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