Soy muy bueno para hablar mal
“La angustia deprime al hombre; la palabra amable lo alegra” (Prov. 12:25).
Acababa de cumplir dieciséis años y me habían quitado los frenillos de los dientes, así que tenían una extraña sensación en la boca. Luego de salir de una zapatería en la que me había comprado un calzado deportivo, mi hermano mayor y yo nos sentamos afuera. No me gustaba lo largos que eran los cordones de los zapatos. No entendía para qué venían con esos cordones tan largos, con los que literalmente habría podido atarlos dos veces. Sobraba tanta trenza, que se me ocurrió pasar los cordones hacia atrás del zapato y traerlos de nuevo al frente. “Mira, qué bueno tu invento”, me aseguró Ben. Sus palabras fueron lo único que necesité para calmar mi temor de que se viera ridículo. Yo era una niña mimada que confiaba ciegamente en el buen gusto de su hermano.
Ese verano, hice un viaje misionero a México. Me preparé para salir de lo habitual empacando mis lentes nuevos, mis zapatos de cordones largos, mis dientes sin frenillos y mucha energía. El trabajo fue arduo pero divertido, y me divertí mucho mezclando cemento para la escuela que nuestro grupo ayudó a construir.
“Oye, qué ingenioso cómo te amarras los zapatos en los tobillos”, me dijo un chico mientras caminábamos hacia la carpa principal para cenar. La forma en que lo dijo sugería que en realidad quería decir lo contrario. Analicé mis zapatos. ¿Estaba yo haciendo el ridículo?
“Hola, Katy, no te preocupes por lo que dijo ese. Es un tonto”. Miré hacia arriba y vi que era Mike, el jefe del equipo de mezcla de cemento. Desde el primer día me había gustado su carácter tranquilo y su ingenio. Ni siquiera sabía que él había visto lo ocurrido. Con unas pocas palabras, Mike me hizo sentir aceptada y me ofreció su amistad.
Ese viaje a México marcó mi vida. Los amigos que hice allí siguen siendo mis amigos, y los recuerdos de ese viaje los atesoro. Pero ninguno tan especial como aquel momento en que Mike, probablemente sin entenderlo, me dio confianza en mí misma.
Cuando miro hacia atrás, veo que hoy soy una persona diferente. No he dado un giro de 180 grados, pero mi autoestima ha crecido. No sería la persona que soy ahora sin el apoyo de los que me rodean.
Acciones simples y palabras como las que Mike o mi hermano Ben me ofrecieron han sido fundamentales en mi camino. ¿Quieres tú ser fundamental en el camino de alguien?
KW