A tu lado
No tengas miedo, yo estoy contigo. Del oriente traeré a tus descendientes y del occidente te reuniré. Isaías 43:5, PDT.
Después de vivir un año en Estados Unidos, hice arreglos para que mis hijas vinieran a vivir conmigo. Sin embargo, los procedimientos legales retardaron el proceso. El versículo bíblico de hoy fue mi esperanza. ¿Deseas una reunificación familiar? ¿Enfrentas una separación debido a inconvenientes migratorios? ¿Vives o trabajas distante de tus hijos? Aprópiate de esta promesa.
El capítulo 42 de Isaías terminó con la descripción de la tristeza de Dios ante la decadencia espiritual de su pueblo. El capítulo 43 es una carta de amor y gracia a quienes abandonaran el mal camino. “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti… Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé; daré, pues, hombres por ti, y naciones por tu vida” (vers. 2, 4). La compañía de alguien poderoso es lo que más anhela una persona que siente miedo. Ten la seguridad de que Dios te custodia. No te prometió la ausencia de dificultades y aflicciones, sino consuelo, compañía y liberación final.
“El pueblo de Dios no quedará libre de sufrimientos; pero aunque perseguido y angustiado, y aunque sufra privaciones y falta de alimento, no será abandonado para perecer. […] El que cuenta los cabellos de sus cabezas, cuidará de ellos y los satisfará en tiempos de hambruna. Mientras los malvados estén muriéndose de hambre y pestilencia, los ángeles protegerán a los justos y suplirán sus necesidades” (CS, p. 687).
Muchos escucharon el ofrecimiento del profeta y aceptaron el amor y la compasión de Dios. Acepta tú también su ofrecimiento:
En todas nuestras pruebas, tenemos un Ayudador que nunca nos falta. Él no nos deja solos para luchar contra la tentación, batallar contra el mal y finalmente ser aplastados por las cargas y tristezas. Aunque ahora esté oculto a los ojos mortales, el oído de la fe puede oír su voz que dice: “No temas; yo estoy contigo”. […] Conozco vuestras lágrimas; yo también he llorado. Conozco los pesares demasiado hondos para ser susurrados a ningún oído humano. No piensen que están solitarios y desamparados.
Aunque en la tierra vuestro dolor no toque cuerda sensible alguna en ningún corazón, mírenme a mí, y vivan (DTG, pp. 446, 447).