Ganadores de vidas
El fruto del justo es árbol de vida; el que gana almas es sabio. Proverbios 11:30.
El libro de los Proverbios es un refranero excepcional. Sintetiza, en pequeñas cápsulas de sabiduría, los detalles más relevantes del sentido de la existencia. Cada refrán suele componerse de dos partes que coinciden en significado, o por el contrario, lo contrastan. Proverbios 11:30 es ejemplo del primer caso. La primera parte es similar a la segunda.
¿Cómo es eso de que el “fruto del justo” es “árbol de vida”? Pareciera que lo lógico sería decir “El justo es como un árbol y produce frutos de vida”? Pero no es así. Al leer la segunda parte observamos que el sabio se dedica a los demás, no a él mismo. Por lo tanto, el fruto del justo se entierra, germinando, por amor a los otros; de esa acción surge el brote que se convertirá en árbol. Un árbol que dará muchos frutos. El que se entrega a los demás aporta una cadena de oportunidades a la vida. Eso es sabio.
Me fascina el Jesús de los relatos de la Pasión. Se empequeñece para que nosotros volvamos a tener la grandeza de ser hijos de Dios. Su anonadamiento parece infructuoso, pero resulta en una eclosión de vida que nos alcanza absolutamente a todos. Él, en su humildad, se convirtió en el verdadero Justo, en el Sabio de sabios, en el mayor ganador de vidas de la historia de este mundo.
Me entristece escuchar a algunas personas que exponen en su currículo diario eso de que son “ganadores de almas” y personas que “levantan iglesias”. Un verdadero sabio, un verdadero justo, un verdadero ganador de vidas no procede así. Toda la gloria es para Dios, todo mérito reside en los demás. Su humildad no es impostada. Sus acciones no se presentan como medallas. Está tan preocupado por los demás que se entierra a sí mismo y promueve al verdaderamente relevante, a Cristo.
En cuatro ocasiones, el libro de Proverbios (Prov. 10:11; 13:14; 14:27 y 16:22) indica que las palabras de alguien justo son un manantial de vida. Es cierto que las palabras fluyen de muchas maneras. Algunas, a borbotones, escasamente pensadas. Otras, abruptas, escasamente controladas. Y otras, las mejores, como las aguas de un manantial: frescas, transparentes, sanas y vitalizadoras. Y me pregunto ¿cómo son mis palabras? ¿Hablo demasiado y sin cabeza? ¿Hablo sin control y sin respetar los sentimientos del otro? ¿Hablo demasiado de mí y pienso poco en el bien que podría hacer a otros? ¿Soy de palabras frescas, transparentes, sanas y generadoras de vida?
También te pregunto a ti: ¿Cómo son tus palabras?