Construcción y organización
“En el cuarto año del reinado de Salomón, en el mes de Ziv, se echaron los cimientos del templo del Señor; y en el año once de su reinado, en el mes de Bul, que es el octavo mes del año, se terminó el templo en todos sus detalles, según la totalidad del proyecto. En siete años lo construyó Salomón” (1 Reyes 6:37, 38).
Siete años le tomó a Salomón dirigir la construcción del Templo. En su momento fue una obra magnífica. David tuvo la idea, pero aunque no la pudo realizar, sí pudo aportar su riqueza para la edificación. Por ejemplo: “Entregó para el templo el oro y la plata […] cien mil kilos del oro más fino, doscientos treinta mil kilos de plata refinada para cubrir las paredes de los edificios” (1 Crón. 29:3, 4). Su ejemplo impulsó al pueblo a da ofrendas generosas con alegría. Cuando imaginas un templo con este tipo de materiales, te puedes dar una idea de la belleza y majestuosidad que tenía. Los materiales no son lo más importante, sino los adoradores, pero podemos aprender que siempre debemos darle a Dios lo mejor que tengamos. En el caso de Israel, en ese momento, ellos tenían para dar oro y plata, y lo dieron con alegría.
Además, se necesitaba una organización para los servicios que se iban a realizar. El mismo David especificó el orden de los levitas (1 Crón. 23), el orden de los sacerdotes (1 Crón. 24), los músicos y cantores (1 Crón. 25) y los funcionarios, algo similar a lo que hoy hacen los diáconos y las diaconisas en la Iglesia (1 Crón. 26). Estos grupos involucraban a una gran cantidad de personas y familias que estaban dispuestas a servir en la Casa de Dios.
Sin duda, la actividad más sobresaliente del Templo es la oración. De hecho, llegó a conocerse como “Casa de oración”. No solo Israel debía orar allí, sino que personas de todas las naciones serían bienvenidas para buscar a Dios en oración.
Aún hoy, antes que un lugar de sociabilidad, de educación, de predicación o de buena música, la Iglesia es el lugar perfecto para hablar con Dios y escuchar su voz.