El instrumento más poderoso
Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Lucas 23:34.
Nelson Mandela fue un abogado contra el apartheid que llegó a ser presidente de Sudáfrica por sufragio universal. No tuvo una trayectoria fácil, porque pasó 27 años en la cárcel, primero en la isla de Robben, después en Pollsmoor y Victor Verster. Casi tres décadas en prisión es mucho tiempo para que se borren de la memoria, pero sabía que la vía de la verdadera libertad debía pasar por la estación del olvido. Y suya es la excepcional cita: “El perdón libera el alma, elimina el miedo. Por eso es una herramienta tan poderosa”. Y el secreto de su éxito fue saber perdonar.
Desmond Tutu también sufrió el apartheid y dijo: “El perdón es una necesidad absoluta para la continuación de la existencia humana”. Hannah Arendt padeció el holocausto nazi y afirmó: “El perdón es la llave a la acción y la libertad”. Y Martin Luther King, ante el racismo, exclamó: “El que es incapaz de perdonar es incapaz de amar”. Sufrieron, perdonaron y cambiaron el mundo.
Se puede pensar que perdonar es simplemente un acto de misericordia o de compasión, pero no es así. Perdonar es, en primer lugar, la resolución de un conflicto. La resolución para el otro que queda libre de nuestras cargas, y él, sin obstáculos, se puede presentar ante Dios. La resolución para nosotros que decidimos conscientemente que los recuerdos de nuestra memoria van a ser menos importantes que las posibilidades de nuestras esperanzas. En segundo lugar, es el ejercicio más profundo de la ternura humana. Perdonar de todo corazón implica una sensibilidad y una empatía inmensas. Y ese corazón solo se consigue al lado de Dios. “El perdón de Dios no es solamente un acto judicial por el cual nos libra de la condenación. No es solo el perdón por el pecado. Es también una redención del pecado. Es la efusión del amor redentor que transforma el corazón” (Elena de White, La oración, p. 298).
De joven pensaba que la expresión de Jesús “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” era el resultado de un momento de condescendencia. Creía que el perdón era algo así como ceder la ventaja que proporciona el ser víctima, dar una oportunidad al otro de seguir jugando. Hoy tengo la certeza de que había muchísima ternura en las palabras de Jesús. La ternura del que verdaderamente ama y, aunque sea dañado, busca una razón para seguir amando. Aunque esa razón sea la inconsciencia del otro.
Hemos sido muchas veces culpables, aunque fuera por inconscientes, y hemos recibido el perdón con tanto cariño que, ¿no procederemos así con los demás?