En primer lugar
Bienaventurado el pueblo que sabe aclamarte; andará, Jehová, a la luz de tu rostro. Salmo 89:15.
En el año 2003, Ed Diener y Christie Scollon realizaron una investigación sobre lo que las personas quieren. El resultado difiere bastante de lo que los gobernantes o los economistas suelen proponer como bienestar. El concepto que ocupaba el primer lugar era la felicidad. La mayoría de las personas, a fin de cuentas, esperan vivir alegres, disfrutar de sus familiares y amigos, y ser felices. En segundo lugar aparecía la salud. El anhelo de bienestar físico forma parte de la naturaleza humana. Lo sano es querer sentirse sano. Después, el amor. La mayor fuerza motivadora de las personas pasa por una relación amorosa. El cariño, el afecto, la ternura, son agentes de crecimiento y compensan las adversidades de la vida. En cuarto lugar, aparecía el bienestar económico. Cuando las necesidades básicas se han suplido, y no antes, se piensa en la estabilidad económica. Por último, el siguiente concepto era el “cielo”. Y me extrañó ver ese dato en el informe porque vivimos en un mundo en que pareciera que lo espiritual no tiene cabida. Las personas, sin embargo, necesitan llenar su anhelo de futuro con el más allá.
Las estadísticas indican lo que hay, pero no lo que debiera haber. No tengo ninguna duda de que el primer concepto para un creyente debiera ser lo espiritual porque de dicha plataforma deriva todo lo demás. La alegría se convierte en gozo cuando Dios participa de nuestra vida. La salud (recuerda que en la Biblia es sinónimo de salvación) se hace plena cuando tenemos una esperanza. El amor encuentra su espacio adecuado cuando comprendemos que forma parte íntima de la naturaleza divina. La estabilidad económica halla su lógica en el horizonte del creyente. Todo proviene de Dios, “porque en él vivimos, nos movemos y somos” (Hech 17:28).
El salmista define como “feliz” (bienaventurado) al pueblo que vive en la “algarabía” del Señor. La palabra “algarabía” (“aclamarte” en la versión Reina Valera) hace referencia al sonido de la alegría. Recuerdo las fiestas familiares de mi infancia. Como buenos mediterráneos, hablábamos, reíamos y reñíamos todos a la vez, pero lo hacíamos con gozo. Ese es el sonido que le agrada a Dios, su gente disfrutando ruidosamente de su presencia. Dicha alegría se nota en el brillo de las miradas que está con los que lo ponen en primer lugar, porque sus expectativas están cubiertas.
Así, si deseas la felicidad, experimenta la presencia divina. Ponlo en primer lugar, y todo lo demás llegará naturalmente.