Promesa de gozo y abundancia
Pero ahora he decidido hacerles bien a Jerusalén y a Judá. ¡Así que no tengan miedo! Zacarías 8:15, NVI.
Las diez promesas de Zacarías capítulo 8 que mencionamos ayer eran una segunda oportunidad para Israel de establecer una relación de amor y obediencia con Dios. Dios siempre busca la reconciliación, tal como vemos en el mismo capítulo 8 de Zacarías: “Los traeré y habitarán en medio de Jerusalén; y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios en verdad y en justicia” (Zac. 8:8), “pero ahora no me portaré como antes con el resto de este pueblo” (8:11, BLPH). Parecen palabras de un enamorado que busca regresar con su amada; de allí que el capítulo inicia diciendo que Dios nos cela, no con un celo egoísta como el celo humano, sino con cuidado tierno, compasivo y deseo de una relación fiel. ¿Cómo pudieron jugar con los sentimientos de Dios? No se dieron cuenta de que no merecían la promesa de un segundo pacto, una segunda oportunidad. Las diez promesas de la restauración de Jerusalén podían resumirse en: protección, presencia divina, paz y gozo, poder para hacer lo que parecía imposible, renovación del pacto, fortaleza, verdad y paz, alabanza y gozo en lugar de dolor, religión atractiva, provisión.
Cada promesa incluye una responsabilidad: Si pedimos protección, aceptémosla. Si pedimos su presencia, disfrutémosla. Si pedimos paz y gozo, manifestémoslos. Si esperamos poder para completar lo imposible, empecemos completando lo que es posible. Si pedimos a Dios que renueve su pacto con nosotros, seamos fieles en nuestra parte. Si pedimos fortaleza, ejercitémosla. Si pedimos verdad, experimentémosla. Si pedimos tener una religión atractiva, salgamos de nuestro círculo de comodidad para demostrarlo. Si pedimos que Dios complete su obra en nosotras, permitámosle hacerlo. Si queremos que Dios haga su parte, asegurémonos de hacer la nuestra.
El Dios del cielo ruega a sus hijos errantes que vuelvan a él, a fin de poder cooperar de nuevo con él para llevar adelante su obra en la tierra. El Señor extiende su mano para tomar la de Israel, a fin de ayudarle a regresar a la senda estrecha de la abnegación y a compartir con él la herencia como hijos de Dios. ¿Escucharán la súplica? ¿Discernirán su única esperanza? […] Lo que Dios quiso hacer a favor del mundo por Israel, la nación escogida, lo realizará finalmente mediante su iglesia que está en la tierra hoy” (PR, pp. 521, 522, 526).
¡Experimenta el exuberante amor de Dios!