Vislumbres del cielo
Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor. Mateo 17:6.
Jesús escogió a Pedro, Jacobo y Juan para mostrarles una vislumbre del cielo. Ellos también serían testigos del momento más agonizante de su Maestro (ver Marcos 14:33). La transfiguración ocurrió inmediatamente después de que Jesús les habló claramente a los discípulos de sus padecimientos y muerte. Estaban descorazonados, pues no comprendían el propósito de su ministerio e imaginaban un Mesías estableciéndose con poder terrenal y liberándolos del Imperio Romano.
Jesús invitó a sus tres amigos más cercanos a ir a una montaña. Los más grandes acontecimientos que se narran en la Biblia ocurrieron en montañas: Abraham ofreció a su hijo en el monte Moriah, Moisés contempló la zarza ardiente en el monte Horeb, recibió los Diez Mandamientos en el Monte Sinaí, y desde el monte Pisga, contempló la tierra prometida. Elías ascendió al cielo desde el monte Horeb, Jesús murió en el monte Calvario. No se sabe en qué monte fue la transfiguración, pero posiblemente fue en el monte Hermón, donde Jesús acostumbraba orar.
¿Dónde acostumbras orar? Jesús buscaba una estrecha comunión con su Padre para terminar su misión, y oraba pidiendo fortaleza para los discípulos. Mientras ellos dormían y Jesús oraba, sucedió la misteriosa transfiguración. Aquella explosión de luz y brillantez los despertó. El rostro de Jesús resplandecía como el sol y su vestimenta traslucía como la luz y dejaron a los discípulos abrumados y con temor reverente (ver Lucas 9:33, 34). Allí estaba Elías, representando a los que han de ser trasladados vivos al cielo (2 Rey. 2:11, 12), y Moisés, simbolizando a los resucitados de entre los muertos (ver Judas 9). Fue una representación de los redimidos de todas las edades.
Los tres amigos no salían del asombro. ¿Quién era Jesús, que incluso los muertos le obedecían? Pensaban erigir tres monumentos, pero fueron interrumpidos por la voz de Dios Padre: “Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mat. 17:5). La grandeza de Jesús no cabría en ningún tabernáculo. No hubo más palabras. Cayeron de rodillas en adoración, temor y reverencia. Un concepto correcto de Dios hace que adores correctamente.
Contempla la grandeza de Dios, y tus miedos se transformarán en temor a Dios. A medida que tu reverencia a Dios se expande, tus miedos disminuyen.