El corazón “partío”
Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. Jeremías 29:13.
Hubo un tiempo en el que me preguntaba cuál era la diferencia entre una persona tozuda y una perseverante, porque ambas tenían un objetivo en mente y hacían todo lo posible por cumplirlo. O cómo distinguir entre una persona humilde y una sumisa, porque saben callar de la misma manera. O a un ambicioso de un emprendedor, porque ambos realizan multitud de acciones y poseen energía. O a una persona preocupada por ti de una entrometida, porque ambas aparecen por tu vida. O distinguir a un tolerante de alguien con bajos niveles de empatía, porque ambos te dan mucha libertad. Al final, encontré la razón: la diferencia reside en el lugar donde habita su corazón. Y muchos tenemos un corazón nómada, un corazón partido entre lo que Dios nos pide y lo que queremos nosotros.
El joven rico se topó con Jesús pero no encontró a Jesús. Venía con todo el ímpetu, con todas las capacidades y el vigor, y el Maestro quiso averiguar si era un hombre religioso de verdad o un formalista. Porque, sin lugar a dudas, no es lo mismo. El formalista pone su vida en él mismo, en sus esfuerzos, en su control de las normas, en sus victorias personales. El religioso, en cambio, pone su vida en Cristo, en el sacrificio del Mesías, en la confianza por la victoria del Hijo de Dios. Era joven, y le preguntó sobre aquellas cosas que tientan habitualmente a los jóvenes (Mat. 19:18). ¿Cómo te va con el Mandamiento de matar? ¿Te cuidas o te vas de juerga los fines de semana? ¿Y el del adulterio? ¿Llevas una vida pura o te dedicas a actividades impropias de tu condición? ¿Y lo del robo? ¿Defraudas los impuestos romanos? ¿Y el de mentir? ¿Vas fanfarroneando cosas que no eres o que no son? ¿Y el de los padres? ¿Cómo va esa crisis de autoridad? Ya, ya, son viejos tus viejos, pero ¿los respetas? Y parecía que había superado el test hasta que llegaron las prácticas. “Ven, sígueme” (19:21). Y resultó que era formalista. Era un joven de corazón dividido, que a Jesús le dejó el corazón partío.
Dios, en Jeremías, lo dice con claridad: vamos a buscarlo y a hallarlo si lo hacemos con todo el corazón. Si vamos a medias nos toparemos con él (quizá porque busca cualquier ocasión para vernos), pero no lo encontraremos. Si lo adoramos de verdad, si ponemos cada resquicio de nuestro ser en esta relación, va a ser muy distinto.
Serás perseverante, humilde, emprendedor, preocupado por los demás, tolerante y, además, verdaderamente religioso.