Ahora me encargo yo
Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús. Filipenses 4:19.
Quiero compartir contigo dos experiencias y una reflexión. La primera tiene que ver con mis años de adolescencia. Llevaba un par de años estudiando en Valencia cuando volví a casa para las vacaciones de Semana Santa. Había una comida de iglesia en el campo, y yo me ofrecí para hacer una paella. Me gusta mucho la cocina y, aunque nunca lo había hecho, pensé que no era tan difícil. Como bien saben, una cosa es cocinar para cuatro o cinco personas y otra para treinta. Mi madre me apoyó y me dijo que ella llevaría algo por si hacía falta. Yo, como buen adolescente, dije que no era necesario. Llegó el día, nos situamos en el lugar acordado, dispuse el fuego y preparé los materiales. Conforme iba colocando las verduras en la sartén, me di cuenta de que no era suficiente con lo que llevaba, que era muy poco para tanta gente. Entonces, se me acercó mi madre con algunos táperes y se ofreció a ayudarme. Había preparado el día de antes todo lo necesario para una buena paella, y con ello suplió lo que me faltaba. Hasta hoy se lo agradezco.
La segunda experiencia es de mi época de joven pastor en Barcelona. Era el responsable de coordinar las actividades juveniles del distrito y todo era intenso. Llegábamos a la junta de iglesia con muchos proyectos, y obviamente, necesidades de dinero; y siempre recibíamos la misma respuesta: “Hagan su parte y ya veremos”. Trabajábamos mucho y con ilusión, y no solíamos llegar a las cantidades presupuestadas. Entonces, sucedía el “milagro”. Alguien hacía una ofrenda para ese proyecto con la cantidad exacta que faltaba. Nunca supimos quién era, sí que suplía nuestras carencias.
Seguro que has vivido experiencias como estas y me entiendes. Pues bien, así procede Dios. Él sabe bien hasta dónde llegamos, es decir, sabe bien que no llegamos, pero nos deja crecer y después suple lo que nos falta. Por supuesto que nunca seremos perfectos, pero llegamos hasta donde llegamos con la mejor actitud y él cubre nuestros errores. Y lo hace porque nos ama. Es un ejemplo a imitar, como decía Pedro: “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor, porque el amor cubrirá multitud de pecados” (1 Ped. 4:8). Mi madre suplió lo que me faltaba porque me quería. Alguien de la junta de iglesia ponía el dinero que faltaba porque nos quería.
Dios cubre todas nuestras deudas, errores y torpezas porque nos ama. Prueba a amar más, y verás que tu economía cambia completamente, a mejor.