El taller de la humildad
“Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse” (Prov. 24:16).
A veces los autos se rompen.
Recuerdo una de las primeras veces que fui al taller de un mecánico. Como muchas veces, con mi hermana acompañamos a mi papá en las diferentes cosas que tenía que hacer. Pero ese día el auto se rompió. Era viernes de tarde, poco después del mediodía. No sé porqué arreglarlo llevó tanto tiempo. Por alguna razón, nos quedamos esperando todas esas horas en el taller. Ya estaba llegando el final de la tarde y, cuando se arregló todo y pudimos subir nuevamente, nos dimos cuenta de que el tráfico a esa hora pico iba a hacer que llegáramos a casa muy tarde.
Estábamos acostumbrados a recibir el sábado en familia, todos bañados, con la casa limpia y en orden.
Ese sábado fue muy raro. Ya era de noche y recién estábamos entrando a casa. Pero en medio de esa “rareza”, algo duradero quedó grabado en mi memoria. Mi papá nos llamó para arrodillarnos al lado de su cama y orar juntos. Mamá tenía todo listo, pero nosotros todavía estábamos sucios.
Papá oraba pidiendo perdón por no haber estado preparados para recibir el sábado, y a la vez agradecía porque habíamos vuelto y estábamos bien a pesar de todo. Podría haber hecho esa oración de forma individual, en voz baja. Pero ese día me enseñó una de las lecciones más importantes que atesoro hasta hoy: no tenemos que tener miedo de humillarnos ante Dios y pedir perdón, incluso por cosas que a otros les pueden parecen pequeñas.
Creo que ese día hubo cosas que escapaban de nuestro alcance y Dios lo sabía, pero por alguna razón mi papá elevó esa oración y me dejó un gran ejemplo de humildad.
Es cuando estamos de rodillas que después podemos levantarnos.
Como cristianos, caeremos en más de una ocasión. Lo importante es reconocerlo, confiar, y volver a levantarnos.
Si hoy sientes que has caído 4.572.345 veces en el pasado, arrodíllate y levántate una vez más.