Gracia y salero
Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno. Colosenses 4:6.
Algunos sostienen que Cádiz, en España, es la mejor ciudad del mundo, sobre todo los gaditanos. Es cierto que quizá sea una de las ciudades más antiguas de Europa, fundada hace más de tres mil años. O que quizá sea una de las ciudades con más desempleados del país. Pero lo que no se pone en duda es que sus habitantes tienen una manera de expresarse tan divertida y creativa que los hace únicos. Un gaditano puede contar la mayor desdicha con tanto humor que la convierte en alegría. Es el arte de evitar el enfrentamiento verbal y, a su vez, no dejar de ser asertivo. A ese don le llaman “gracia y salero” y es una manera de ser bueno.
Pues bien, en ese sentido la Biblia nos pide que seamos así. El mismo Pablo nos anima a que tengamos inteligencia social y hablemos de forma agraciada, agradecida y graciosa. La Gracia de Cristo proporciona relevancia (dejamos de ser pecadores para ser hijos de Dios), genera gratitud (nos convertimos en hijos de un Padre generoso) y le pone chispa a la vida (nada más estimulante que el Espíritu que da alegría). Y esa Gracia se comparte en cada palabra que pronunciamos. Y, por si fuera poco, la generosidad divina pone esa pizca de sabiduría que nos permite ser hasta ingeniosos. Así, por Jesús, nos encontramos hablando a cada persona según sus necesidades, consolando sus dolencias, fortaleciendo sus inseguridades.
Y es que no ha habido nadie como Jesús en “gracia y salero”. ¿Se acuerdan de aquel momento tan tenso en que le preguntan sobre el impuesto del César? Alguno habría lanzado la moneda al aire para ver qué responder. Jesús, con esa serenidad y simpatía de la que siempre hacía gala, supo dar a cada uno lo suyo, sin ofender a nadie. ¿Y la muchacha acusada de adulterio en el Templo? Fue un momento muy violento que zanjó con unos nombres sobre la arena y con una pregunta llena de humor: “¿Dónde están los que te acusaban?” ¡Qué grande! ¿Y cuando María puso el perfume de nardo a los pies de Cristo? Salió en defensa de esa mujer de fe afirmando que siempre sería recordada, y con una delicadeza tal que hasta hoy rememoramos la historia. Y es que Jesús quería a las personas y les daba lo que necesitaban para que realmente fuesen personas: su Gracia.
¿Cómo podemos seguir su ejemplo? No sé lo que diría un gaditano pero, indudablemente, Jesús nos aconsejaría: “De gracia recibisteis, dad de gracia” (Mat. 10:8).