¿Lo sientes?
Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús. Filipenses 2:5.
Hay expresiones que, ya sea por el uso o por el abuso, acaban vaciándose de significado. Antes, cuando se decía “Te doy mi palabra” era algo sumamente importante. La palabra de una persona tenía mucho valor. Grandes compromisos se cerraban con un apretón de manos y una frase de afirmación. Algo similar acontece con la expresión “Perdona, lo siento”. Cualquier situación adversa parece compensarse con esas tres palabras. No importa el daño que se haya producido o los efectos de dicho daño. Parece que, sea lo que sea que se sienta, con esa fórmula mágica se “soluciona” todo. Mal servicio damos cuando pensamos que ahí se concluye todo.
Recuerdo cuando era pequeño mi sobrino Gaizka. Era muy activo y, a la vez, creativo, combinación que generaba momentos divertidos y otros no tanto. Cuando la segunda situación se producía, debía ir al sillón a “reflexionar” un rato. No tardó mucho en comprender que con solo decir “He reflexionado, lo siento” se acababa la inmensa tortura de estar sentado en el sillón. Así que, apenas se sentaba, comenzaba a repetir una vez tras otra ese “He reflexionado, lo siento”. Cuánto me recuerda a la actitud de nuestra sociedad.
Muchas veces me pregunto: ¿Qué siente el que dice que lo siente? ¿Siente verdadera pena por el daño que ha causado a la otra persona? ¿Siente vergüenza? ¿Siente que el mal que ha hecho le coloca socialmente en una posición no deseada? ¿Siente que los efectos de dicha acción le perjudican personalmente? Y no es una pregunta gratuita porque de ese sentimiento depende nuestro crecimiento como personas. Si seguimos pensando solo en nosotros, nuestro sentir será egoísta y, por lo tanto, no resultará en solución del conflicto. Si pensamos en el otro de forma generosa, iniciaremos el camino de la empatía. Ese que nos lleva a ser más sensibles, afectivos y nos aproxima al carácter de Cristo.
La vida religiosa no es cuestión de fórmulas mágicas. Las palabras son la expresión de sentimientos, intenciones, actitudes y propósitos. Hemos de educar nuestras emociones para que tengamos el sentir de Cristo. Hemos de adiestrar nuestras intenciones para que no nos desenfoquemos. Hemos de procurar caminar por el raíl de las actitudes adecuadas, porque crea un estilo de vida. Hemos de afirmar los propósitos de bien porque así concretaremos nuestras palabras.
Piénsatelo antes de soltar un “Lo siento”. No tanto como para no decirlo y sí como para que sea una parte de ti.