Menos ilusos y más esperanzados
Y la esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. Romanos 5:5.
Se puede vivir de ilusiones. Muchas personas se aferran a un número de lotería con la ilusión del premio. Tal actitud suele ir acompañada de desencanto por una simple condición de probabilidades matemáticas. Otras abrazan el mundo de las riquezas con la ilusión de la capacidad económica. Tal actitud suele ir acompañada de falta de saciedad, y por tanto, de insatisfación. Incluso están los que anhelan el poder y la autoridad, con la ilusión del control. Tal actitud suele ir acompañada de mucha soledad e inseguridad.
Se puede vivir de ilusiones, pero es mucho mejor vivir de esperanza.
La esperanza, en primer lugar, nos posiciona. Para la mayoría de las personas ilusas, solo hay presente. Para los esperanzados, sin embargo, hay un pasado en el que constatamos que Dios se preocupa por nuestra historia. También hay un futuro, en el que compartiremos la historia con el Señor. Nuestro presente es la seguridad del ayer y lo bueno del mañana. En segundo lugar, tal posición nos aporta tranquilidad. Como dice Elena de White: “Cuando Cristo se forme en el interior como la esperanza de gloria, estaremos bien equilibrados y no seremos mudables, sino que nos elevaremos por encima de las influencias desanimadoras que desintegran a los que no están firmes en Cristo” (Consejos sobre la salud, p. 361). La mayoría de las personas ilusas viven con muchos miedos e inseguridades. Para los esperanzados, sin embargo, no hay temor que no sea calmado por las promesas divinas. En tercer lugar, la esperanza viene acompañada de una actitud de crecimiento y fe. Para la mayoría de las personas ilusas, la pérdida de sus ilusiones genera frustración. Para los esperanzados, sin embargo, las adversidades se convierten en oportunidades. Oportunidades de reflexión, de mejora y de modelado del carácter. Como dirá Pablo en Romanos 8:28: “Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien”.
En el famoso relato de Pandora, la esperanza se quedó dentro de una caja. No necesitamos la esperanza dentro de una caja. En la Biblia, la esperanza se derrama sobre los corazones de todas las personas, ilusas o no, con el anhelo de convertirlos en esperanzados. Es una esperanza que no desilusiona, porque viene acompañada del amor de Dios. ¡Qué hay mayor que eso!
Pensando en todo esto, me surge una breve oración para ti: “Señor, que el mismo Espíritu que regaló esperanza a tantos en el pasado nos la otorgue hoy”. ¿Amén? Amén.