Qhapaq Ñan
Por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Romanos 5:1, 2.
Cada año, los habitantes de Quehue, en la provincia de Canas (Perú), llevan a cabo una tradición centenaria. Tras trenzar multitud de tiras de qoya, se comienza la elaboración de un puente sobre el cañón. Al fondo, el río Apúrimac danza vigorosamente entre la espuma y la claridad de sus aguas. La actividad es una minka, una especie de trabajo comunitario que se requiere de los miembros adultos de estas comunidades. El Queshuachaca, o “Puente de cuerdas”, es el último resquicio de lo que fue el Qhapaq Ñan, el camino real de los incas que se extendía desde Colombia hasta Argentina, cruzando por Ecuador, Perú, Bolivia y Chile. Puentes como este permitían acceder a espacios remotos de los altiplanos andinos o de las boscosas selvas amazónicas. Los puentes, de aspecto débil, permitieron la construcción y la comunicación de un imperio inmenso.
Habacuc, como muchos otros profetas, se encontraba en una situación complicada. El entorno social que lo rodeaba no era precisamente de fidelidad. Eso hace que pida a Dios que enjuicie a aquellos que hacen mal y que castigue la decadencia en la que están inmersos. Afirma que, entre tanta maldad, lo único que le queda al justo es aferrarse a su fe y vivir de ella (“El justo por su fe, vivirá”). Su mensaje concluye con una oración en la que se expresan los deseos y la confianza. Y el libro finaliza con “Jehová, el Señor, es mi fortaleza; él me da pies como de ciervas y me hace caminar por las Alturas” (Hab. 3:19). Dios trenza nuestras esperanzas y las convierte en un puente que lleva a las alturas.
Siglos después, Pablo escribe a los Romanos y lo hace desde la fe y hacia la vida (de nuevo, “el justo por la fe, vivirá”). Esa fe, por medio de Jesucristo, se vuelve a convertir en un puente de esperanza que nos lleva, por el camino real, hasta la Nueva Jerusalén. Cruza los acantilados de la existencia, a los que llamamos temores. Avanza sobre las alturas de la sociedad, a las que llamamos presiones. Atraviesa sobre la floresta de los días, a la que llamamos tribulaciones. Salva dificultades porque nos salva la vida. Parece débil, pero construye y comunica de forma excepcional.
Ora. Pide al Señor que trence tu fe de tal manera que tu caminar sea seguro y en las alturas del alma.