“¡Paz en la tierra!”
“¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra entre los hombres que gozan de su favor!” (Lucas 2:14, DHH).
Los primeros en darle la bienvenida a Cristo fueron los pastores de Belén. Aunque la metáfora del pastor se había utilizado en la Biblia para describir el ministerio divino (Sal. 23), la realidad es que, en los tiempos de Jesús, los pastores eran considerados como individuos de la peor calaña. Un buen padre no se habría atrevido a enseñarle a su hijo la profesión de pastor, puesto que se consideraba que “eran tramposos y ladrones; conducían sus rebaños a propiedades ajenas y, además, robaban parte de los productos de los rebaños”.²⁴⁴ Los pastores no podían asistir al templo, ni dar testimonio en el tribunal; sus pecados no podían ser perdonados pues no conocían “a todos aquellos a quienes han dañado o engañado”.
Pero a pesar de su mala reputación, los pastores fueron los que estuvieron cerca de Belén, fueron los primeros en estar al lado de Cristo, y “la gloria del Señor brilló alrededor de ellos” (Luc. 2:9, DHH). Esa gloria divina que había llenado el Santuario, que llenaba los cielos, ahora cubría a esos simples mortales. Los justos, santos, nobles y respetados no estaban allí, y ni siquiera sabían lo que estaba pasando. Como había dicho María en el Magnificat, con el nacimiento de Cristo, Dios quitó “de los tronos a los poderosos y exaltó a los humildes” (Luc. 1:52). ¡Y eso es lo que estamos viendo en el caso de los pastores!
El Rey del cielo escogió como compañeros de su nacimiento a los pecadores, a los humildes, marca distintiva del tono de su ministerio en nuestro planeta. Mientras Jesús estuvo en este mundo la gente se molestaba y decían de él: “Este hombre es amigo de los pecadores, y hasta come con ellos” (Luc. 15:2, TLA). En Jesús, Dios se hizo accesible a todos los seres humanos, se hizo cercano a los que estaban sin esperanza en el mundo. Jesús vino para estar cerca de gente como tú y como yo, pecadores que necesitamos acercarnos y recibir al Salvador.
Fueron los pastores los primeros en oír el canto angelical: “¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra entre los hombres que gozan de su favor!” (Luc. 2:14, DHH). No importa que la gente piense que eres de la peor calaña, hoy la paz que se anunció en Belén puede cubrir tu angustiado corazón.
244 Joachim Jeremias, Jerusalén en los tiempos de Jesús (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1980), p. 317.