Semejantes
Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza. Génesis 1:26.
No podemos comenzar un día de Navidad sin leer Filipenses 2:67: “Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres”. ¿Por qué? Porque es el contrapunto de Génesis 1:26. El primer ser humano surge de la semejanza a Dios; por contraste, el principal de los Seres del universo llega al ser humano con semejanza de persona.
Podríamos discutir sobre el significado de la expresión en hebreo y en griego; podríamos discutir (en esa mentalidad helénica que tanto nos pierde) cuánto era Dios y cuánto era hombre, o cuánta tendencia tenía a ser pecador. Sabemos con certeza que se desprendió de los atributos de Creador (“igual a Dios”) y se hizo criatura (“forma de siervo”). Una criatura diminuta y débil en un entorno humilde y desfavorecedor, porque esa es la condición del hombre bajo el pecado. Y el hombre necesitaba un par que lo redimiera.
En la fiesta más celebrada de la humanidad, recordamos que Dios se expuso, que dejó su espacio de comodidad y control porque no podía soportar la indefensión a la que estamos sometidos, porque necesitaba que comprendiésemos cuán parecidos somos y cuántas posibilidades tenemos. Dios no es Dios de distancias, es Dios de proximidad y compromisos. Y si para eso hay que hacerse criatura, se hace criatura; si hay que a-similarse (dejar de ser similar al Padre), se asimila; si hay que simplificarse (igualarse hacia abajo) se simplifica; si hay que abandonar lo eterno y hacerse simultáneo (compartiendo el mismo tiempo), se hace simultáneo. Dios no tiene problema en ser semejante a los hombres.
¿De dónde viene tanta generosidad? ¿Por qué tanto compromiso? Es muy sencillo: nos ama. Nos ama desde aquel momento en que creó el entorno para la primera pareja, lleno de detalles e intencionalidad. Nos ama desde los primeros paseos por el Jardín del Edén al aire de la mañana, y las inocencias. Nos ama desde la Caída, las lágrimas y la promesa. Nos ama con cada consejo y advertencia registrados en ese milagro llamado Palabra. Nos amó en brazos de María y de la mano de José, al curar al enfermo y al sanar almas. Nos amó hasta la mayor de las desemejanzas: la Cruz. Nunca alguien tan inocente cargó con tanta humanidad, con tanto dolor, con tanta indefensión.
Nos hizo como él, semejantes. Se hizo como nosotros, semejante. Naceremos nosotros de nuevo, y él mantendrá sus cicatrices, porque somos semejantes. ¡Menudo privilegio tener un Dios así!