‘Vidaproyección’
Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Juan 11:25.
Todo era oscuridad. Había sido un sábado largo y triste. El cielo estaba en silencio cuando, repentinamente, volvió a la vida. El ángel encargado de mover la piedra actuó con solemnidad. Tras el terremoto, se sentó iluminándolo todo. Y Jesús salió de la tumba. Había vencido el amor.
A mi modo de ver, la tumba de José de Arimatea se convirtió aquel día en el mayor proyector de esperanza que jamás haya existido. Ni siquiera el cuásar ULAS J1120+0641 (el objeto más brillante del universo) se le acerca lo más mínimo. Todo, absolutamente todo, se aclaró en ese momento. En la Cruz se definió con transparencia el carácter del Padre y de su hijo encarnado en hombre: el amor. En la resurreción se definió la divinidad de Jesús. Se pusieron los focos sobre la naturaleza y el talante divinos y se comprobó que no hay bondad mayor. Había vencido Dios, nuestro Dios.
Esa victoria empequeñece la muerte y amplifica la esperanza. En palabras de Elena de White: “Para el cristiano, la muerte es tan solo un sueño, un momento de silencio y tinieblas. La vida está oculta con Cristo en Dios, y ‘cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria’ ” (El Deseado de todas las gentes, p. 731).
La luz que procede de la resurrección continúa iluminando nuestras vidas y proyectando nuestras esperanzas. Así como él venció a la muerte, nosotros, creyendo en él, viviremos. ¿No te emociona pensar en ello? Me imagino, visualizando las palabras de Elena de White, el momento: “La voz que clamó desde la cruz: ‘Consumado es’ fue oída entre los muertos. Atravesó las paredes de los sepulcros y ordenó a los que dormían que se levantasen. Así sucederá cuando la voz de Cristo sea oída desde el cielo. Esa voz penetrará en las tumbas y abrirá los sepulcros, y los muertos en Cristo resucitarán. […] El mismo poder que resucitó a Cristo de los muertos resucitará a su iglesia y la glorificará con él, por encima de todos los principados y potestades, por encima de todo nombre que se nombra, no solamente en este mundo, sino también en el mundo venidero” (El Deseado de todas las gentes, p. 731). ¡Ojalá fuese ya!
En los momentos sombríos, mira hacia la tumba de José de Arimatea. Verás que está vacía, que Jesús no se encuentra en ella. Recordarás entonces que hay un Dios amante que lo dio todo por ti, que venció por ti y que anhela regresar hoy mismo. Aférrate a él y espéralo.