Un disco de vinilo
¡Regocíjense en el Señor siempre! Repito: ¡Regocíjense! (Filipenses 4:4).
Desde que Thomas Edison descubrió la reproducción de voz sobre piezas dentadas de metal, el sonido grabado ha progresado. El fonógrafo, la rocola y la radio le han acercado música a las masas. Hoy tenemos iPods y teléfonos inteligentes que reproducen archivos; pero hace solo cuarenta años, nuestros padres y abuelos todavía escuchaban discos de vinilo sobre tocadiscos. Una aguja recorría las ranuras grabadas sobre el vinilo, y las vibraciones producían ondas de sonido que llegaban hasta el oído humano.
Durante mi niñez, mis padres tenían algunos discos de vinilo en el sótano. A mi hermana y a mí nos gustaba experimentar con el tocadiscos, que nos parecía una antigüedad exótica. Los discos torcidos parecían balbucear y gemir con tristeza, mientras que los discos polvorientos crujían y crepitaban como palomitas de maíz o bengalas. Los discos que más nos entretenían tenían grandes rasguños y repetían una palabra, una frase o una nota vez tras vez, vez tras vez, vez tras vez…
Algunas personas usan la frase: “A riesgo de sonar como un disco rayado” justo antes de repetir una opinión que ya dieron. Sin embargo, hay ciertas declaraciones que vale la pena repetir. Por ejemplo, el apóstol Pablo nunca dejó de compartir el gozo que le daba Dios. Sus alabanzas no cesaban. Escribió: “¡Regocíjense en el Señor siempre! Repito: ¡Regocíjense!” (Fil. 4:4). Dios nos ha dado en regalo inmensurable de la vida eterna, y podemos encontrar gozo en su promesa. Nunca deberíamos dejar de cantarle alabanzas. En nuestras oraciones, en nuestras conversaciones, en la música y en el uso que hacemos del tiempo podemos proclamar la alegría que encontramos. A riesgo de sonar como un disco rayado, podemos “estar siempre gozosos” (l Tes. 5:16).
“Otra vez digo: ¡Regocíjense!”.