Dios habita en la eternidad
“Porque mil años ante tus ojos son como el día de ayer, que pasó; son como una vigilia de la noche” (Salmo 90:4).
Al leer el Salmo 90, escrito por Moisés, hombre de Dios, vemos que la relación que tiene Dios con el tiempo no es como la que tenemos los seres humanos. Contrario a lo que sucede con nosotros, Dios no se encuentra limitado por el paso del tiempo. Dios es eterno, nosotros transitorios (pasajeros, temporales, fugaces), como bien dice el subtítulo del Salmo. Para Dios, mil años son como para nosotros el día de ayer que ya pasó. Nosotros somos “como la hierba de la mañana, en la mañana florece y crece, y a la tarde es cortada y se seca” (vers. 5, 6); él, en cambio, es infinito.
Nosotros pensamos y actuamos como lo hacemos porque sabemos que solo contamos con 24 horas al día, 30 días al mes, 12 meses al año y, previsiblemente, llegaremos a vivir unos setenta u ochenta años. Dios piensa y actúa como lo hace porque es eterno, y tiene un plan para nosotros que abarca la eternidad, no solo el día de hoy, los próximos años o una generación (vers. 1). Dios no está sujeto a presiones, apuros, demoras ni estrés, porque nada de eso existe en la eternidad.
El tiempo, tal como lo experimentamos los seres humanos, no existía antes de que Dios lo creara. El tiempo humano está adaptado a la finitud humana; pero Dios es “el que habita la eternidad” (Isa. 57:15). Un estudioso del tema explica que, desde una perspectiva antropológica, el ser humano, por su constitución corpóreo-espiritual, es capaz de percibir el tiempo, de asumirlo y de darle un significado. Y desde una perspectiva teológica, el tiempo es el contexto en el que Dios quiere realizar su designio de salvación con nosotros, sus criaturas.
Gracias, Padre, por el privilegio que nos das de tener un Dios eterno. Hoy, elevamos a ti esta oración parecida a la de Moisés:
Señor, siendo que tú eres eterno, infinito y trascendente, “enséñanos de tal modo a contar nuestros días que traigamos al corazón sabiduría” (vers. 12). Permite que podamos vivir de tal manera, que este fugaz tiempo que nos concedes en tu bondad pasar aquí, en esta Tierra, sea la preparación para una eternidad a tu lado. Amén.