Dios en primer lugar
“Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los edificadores” (Salmo 127:1).
Ese día que fui a visitar a mi amigo, al instante pude ver la tristeza en sus ojos. Yo ya sabía la razón: él había dedicado muchos meses a cultivar unas tierras con la esperanza de obtener una buena cosecha, pero lo único que había cosechado había sido pérdida y frustración. Esto mismo lo he visto suceder muchas veces, no solo a amigos y personas que conozco, sino además he leído sobre ello en el periódico, lo he visto en la televisión, lo he escuchado en la radio… Día tras día se repite la experiencia de quien intenta edificar algo con esfuerzo e ilusión, solo para terminar viendo cómo se va por la borda.
¿Te has fijado en que los seres humanos siempre estamos tratando de edificar algo? Dios ha puesto en nosotros el deseo de prosperar. Pero Dios también nos recuerda que él es la Fuente de la verdadera prosperidad; por tanto, todo plan que hagamos de edificar algo sin tomar en cuenta al Arquitecto divino será un esfuerzo en vano. La Biblia es muy clara al respecto: “Si Jehová no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican”.
Debemos tomar en cuenta seriamente el Salmo 127, pues ninguno de nosotros está libre de caer en el error de intentar edificar sin poner a Dios en primer lugar. Aunque tratemos de hacer lo mejor que podamos, aunque pongamos todo nuestro empeño en lo que hacemos, aunque no necesariamente estemos edificando de manera inmoral o incorrecta, si intentamos edificar sin Dios, aunque sea por descuido, nada de lo que hagamos permanecerá.
Jehová se nos retrata en este Salmo como el Edificador por excelencia. Por eso se nos advierte que no seamos de esas personas que hacen sus planes, toman sus decisiones y viven sus vidas sin consultar la voluntad de Dios. Trabajan de sol a sol, se levantan de madrugada, vuelven tarde a descansar y comen un pan ganado con sudor, pero olvidan lo más importante: separados de Dios, nada podemos hacer (lee Juan 15:5).
Necesitamos poner a Dios como el fundamento de todos nuestros planes, decisiones y esfuerzos. La buena vida es la que se vive en sociedad con Dios. Así como el que cultiva la tierra necesita que Dios envíe la lluvia, haga brillar el sol y dé el crecimiento a la semilla, así también todos necesitamos las manos expertas del divino Edificador, para que le dé forma a nuestra vida y edifique nuestra casa.