El valor de la honradez
«¿Quién puede residir en tu santuario? […] Solo el que vive sin tacha y practica la justicia; el que dice la verdad de todo corazón» (Salmo 15: 1, 2).
Cierta vez cuatro empleados jóvenes compitieron para ocupar el puesto de jefe del departamento de créditos del banco en el que trabajaban. El consejo de administración, tras analizar los méritos de cada uno, eligieron al nuevo directivo. Decidieron notificar al joven después del almuerzo. Su ascenso incluía un aumento considerable de sueldo.
El joven elegido fue como de costumbre a almorzar a un restaurante de autoservicio. Un miembro del consejo de administración del banco se encontraba en la misma fila, aunque no inmediatamente detrás del empleado. Observaba al joven mientras ponía los alimentos y una porción de mantequilla en el plato. En cuanto puso la mantequilla, la cubrió con la comida para ocultarla de la cajera que cobraba por los diversos alimentos.
Cuando el consejo se reunió para notificar al joven de su promoción, antes de hacerlo entrar, fueron informados del incidente ocurrido en el restaurante. Debido a eso, en lugar de promoverlo, lo despidieron de su trabajo en el banco. Habían concluido que, si estaba dispuesto a mentir a la cajera por un trocito de mantequilla, estaría más que dispuesto a mentir sobre las cuentas del banco.
La mentira y la falta de honradez destruyen nuestro carácter. A diferencia del joven de la historia, en nuestro caso puede que nadie descubra lo que hacemos y logremos nuestro objetivo, pero sin duda estaremos desarrollando un hábito que nos alejará del plan de Dios para nuestras vidas. Podríamos pensar que es un hecho sin importancia y que Dios no lo tendrá en cuenta, pero «no somos hijos de Dios a menos que lo seamos sin reservas» (El camino a Cristo, p. 67).
Servimos a un Dios que presta atención a los detalles y que al final dirá a sus siervos: «Muy bien, eres un empleado bueno y fiel; ya que fuiste fiel en lo poco, te pondré a cargo de mucho más. Entra y alégrate conmigo» (Mateo 25: 23). Por tanto, los vencedores del gran conflicto son aquellos en quienes «no se encontró ninguna mentira en sus labios, pues son intachables» (Apocalipsis 14: 5).
¿Quisieras hoy cultivar el hábito de la honradez en todas las cosas? Dios bendecirá tus esfuerzos con la vida eterna.