Un trasplante de corazón
«Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu» (Salmo 51: 10).
El 3 de diciembre de 1967, el médico cirujano sudafricano Christiaan Neethling Barnard pasó a la historia por haber realizado el primer trasplante de corazón humano del que se tiene constancia. La donante fue una joven oficinista de veinticinco años que falleció al ser atropellada, mientras que el receptor fue un comerciante de cincuenta y seis años desahuciado por un irreversible problema cardíaco y una diabetes aguda. Bajo la dirección de Barnard, veinte cirujanos intervinieron en una operación que duró nueve horas. Cuando el paciente se despertó, declaró que se sentía mucho mejor con el nuevo corazón. Pero dos semanas más tarde, el paciente falleció. Evidentemente, un trasplante de corazón no es una operación fácil de realizar, pero esto precisamente es lo que Dios desea hacer en nosotros.
El pecado nos ha llevado a padecer una enfermedad del corazón que lleva por nombre amiloidosis cardíaca o «síndrome del corazón rígido». Esta ocurre cuando los depósitos de amiloides toman el lugar del músculo cardíaco normal. Esta afección es el caso más frecuente de miocardiopatía restrictiva, que puede dificultar el bombeo de sangre. Necesitamos la intervención del médico divino que dice: «Pondré en ustedes un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Quitaré de ustedes ese corazón duro como la piedra y les pondré un corazón dócil» (Ezequiel 36: 26).
Se cuenta que en cierta aldea había un hombre muy vil que vendía leña a sus vecinos. Siempre sacaba ventaja cortando los troncos de menos de un metro, que era la medida reglamentaria. Un día circuló la noticia de que el hombre se había hecho cristiano. Nadie lo creyó. Mientras se discutía el asunto, un día, un cliente salió de su negocio y dijo:
—Es cierto, se convirtió.
—¿Cómo lo sabes? —le preguntaron.
—Medí la leña que cortó. Los trozos tienen un metro de largo.
Ciertamente, era un hombre nuevo, así como tú lo puedes ser si abres tu corazón a la obra del Espíritu Santo. «De modo que si alguno está en Cristo, ya es una nueva creación; atrás ha quedado lo viejo: ¡ahora ya todo es nuevo!» (2 Corintios 5: 17, RVC).