Dios consuela a los que lloran
“Bienaventurados los que lloran, porque recibirán consolación” (Mateo 5:4).
Cuando vemos a alguien llorar, nuestro primer pensamiento es que algo malo debe de estar ocurriéndole. Por otra parte, asociamos triunfo y éxito a risa, brindis, alegría, saltos expresivos y abundancia. No es de extrañar que nos resulte tan asombroso oír a Jesús decir que deben considerarse felices, benditos, afortunados, los que lloran. Con esto, ya podemos entender que la palabra “bienaventurados” no se refiere a la felicidad tal como la considera la sociedad hoy, sino a algo superior. ¿Cuándo llorar es algo “bienaventurado”?
Llorar en el sentido espiritual al que sin duda Jesús quería referirse, es llorar debido a la comprensión que tenemos de nuestra realidad de pecado. Llorar es arrepentirse por nuestro estado, por lo lejos de Dios que se ha ido nuestro corazón, por darnos cuenta de que hemos olvidado lo más importante para ir detrás de lo urgente. Llorar por ver que, aunque estamos rodeados de tantas cosas que tenemos y personas que conocemos, seguimos sintiendo un vacío interior que no se llena con nada material.
El llorar del Sermón del Monte es un llanto de insatisfacción porque somos conscientes de que hay algo más elevado en la vida que lo que pueden ver y tocar nuestros sentidos. Sin ese algo, estamos vacíos. Ese algo es el Salvador. De ese dolor que consiste en darnos cuenta de nuestra pecaminosidad, arrepentirnos de ella y buscar al Salvador es que recibiremos consolación. Y es por esa consolación precisamente que somos bienaventurados.
Aunque el mundo nos pinte otro cuadro de lo que es la felicidad, lo cierto es que Dios está cerca de los que sufren por el pecado y anhelan perdón y consolación. Y esa es la felicidad. Las personas que así lloran no son inútiles o desocupadas que no tienen nada que hacer en la vida; al contrario, muchas son personas cansadas de ser “exitosas” y seguir sintiéndose vacías. Son personas que han hecho y hacen mucho, que están cansadas de jugar a la excelencia, a la religión, a ser buenas, y han visto que ese no es el camino a la felicidad que Jesús nos propone.
Las personas más felices en este mundo son aquellas que pueden recibir la consolación que solo da Dios cuando nos perdona, nos acepta y nos guía. Cuando tenemos esa seguridad, el mundo cobra sentido, la vida es de otro color, y llorar es la cosa más bienaventurada. Gracias, Jesús, por pensar en nuestra verdadera felicidad.