A una mujer maltratada
“Cuídate mucho de hacer llorar a una mujer, pues Dios cuenta todas sus lágrimas”. El Talmud
Agar era una mujer maltratada. No físicamente, sino de palabra; no sometida a la violencia de género, pero sí al maltrato de otra mujer. Y no de cualquier mujer, sino de la esposa de Abraham. “Sara comenzó a maltratarla tanto, que Agar huyó” (Gén. 16:6). Eso es lo que sabemos. Agar huyó porque Sara la maltrató. Y el maltrato era de ida y vuelta, porque Agar “miraba a su señora [Sara] con desprecio” (Gén. 16:4). “Se cree más que yo” (vers. 5), decía Sara; y era cierto. Desprecio, maltrato, dos armas que a menudo se arrojan contra las mujeres y que, lamentablemente, a veces nos arrojamos unas a otras.
¿Has sufrido maltrato y desprecio alguna vez? Entonces has comprobado cómo eso nos hace sentir que no valemos nada. Pero ese sentimiento derrotista es, en sí mismo, consecuencia del maltrato. En realidad, como mujer del pueblo de Dios que eres, el Señor vela por ti como veló por Agar: “El ángel del Señor la encontró junto a un manantial en el desierto, […] y le dijo: ‘Agar, sierva de Saraí, ¿de dónde vienes, y a dónde vas?’ ” (vers. 7, 8, RVC).
Querida amiga, Jesús desciende a hablar contigo en tu dolor, Jesús te llama por tu nombre y, no solo no te rechaza, sino que te consuela. Para él eres especial, como lo fue Agar. ¿Y qué tuvo Agar de especial?, te estarás preguntando. Pues que fue la primera persona en toda la Biblia de la que se dice que se le apareció el ángel del Señor, que es el mismo Jesús. Sí, por increíble que te parezca, la primera vez que se dice en la Biblia que “el ángel del Señor” se le apareció a alguien fue aquí, a esta mujer maltratada y olvidada… por la gente, pero no por Dios.
Jesús conocía a Agar igual que nos conoce a ti y a mí. Él sabe que hay quien nos quiere y quien no nos quiere, y que también nosotras somos injustas con otros a veces. Él sabe todo lo que hay que saber y, en nuestro desierto, nos sale al encuentro. Por eso, si alguien te desprecia o te margina, recuerda la experiencia de Agar. Jesús ve tu dolor y se manifestará en tu vida cuando él lo considere. Y si es el sentimiento de culpa el que te carcome a causa del mal que tú le has hecho a otra persona, queriendo o sin querer, Dios también te sale al encuentro para perdonarte, para restaurarte y para decirte: “Vamos, que tienes todo un futuro por delante a mi lado; un futuro en el cual tus heridas me serán útiles pues podré usarte para llegar a alguien que también está herido. Te perdono. Yo estoy contigo”.
No te alejes de Jesús por las injusticias de los demás, ni perpetúes una mentalidad de desprecio y maltrato. No dejes de buscarlo por no ser capaz de hallar perdón para tus propios errores. Rompe esas cadenas.
“Tú recoges cada una de mis lágrimas. ¿Acaso no las tienes anotadas en tu libro?” (Sal. 56:8).