Dolor de oído
“Los dichos de los sabios son como aguijones, y una vez reunidos en colecciones son como estacas bien clavadas, puestas por un solo pastor” Eclesiastés 12:11.
Nadar era y sigue siendo una de mis aficiones favoritas. Cuando era pequeña, mis abuelos vivían cerca de un pequeño lago de Carolina del Norte, en los Estados Unidos. A los tres años, ya había aprendido a nadar en ese lago. Sin embargo, había algo malo en lo mucho que disfrutaba de estar en el agua. Como tenía los oídos constantemente bajo el agua, a menudo padecía de infecciones de oído (llamadas “otitis de nadador”) y me dolía toda la cabeza. Normalmente, me ponían gotas en los oídos hasta que me sentía mejor y, por supuesto, tenía que permanecer fuera del agua hasta que mis oídos estuvieran bien.
Teniendo en cuenta los problemas que he tenido con los oídos, me dan mucha envidia las nutrias de río que tal vez hayas visto corretear por el agua en un zoológico. Estos animales de la familia de las comadrejas son grandes nadadores y lo curioso es que, cuando se sumergen, unas membranas especiales con forma de válvula les cierran la nariz y las orejas. Nunca les entra agua en los oídos ni en la nariz, por lo que nunca padecerán de una otitis.
Al ser tan buenos nadadores, se podría pensar que nacen sabiendo nadar, pero no es así. Aunque pasan la mayor parte de su vida en el agua, las crías tienen miedo, y sus mamás y papás tienen que meterlas en el agua dándoles un paseo sobre sus espaldas. Después dejan que las crías floten solas, manteniéndose cerca por si empiezan a hundirse. En poco tiempo, las jóvenes nutrias de río nadan como peces.
¿No es maravilloso que Jesús nos rodee de adultos que pueden enseñarnos tantas cosas? Podemos estar muy agradecidos por nuestras familias, nuestros profesores y otros amigos que nos enseñan a ser buenos nadadores, buenos niños y buenos cristianos.
Joelle